Octubre terminó con los soldados de Corea del Norte incorporados a la guerra de Ucrania; China luciendo su potencial disuasivo respecto de Taiwán, y la expansión de la guerra en el Medio Oriente. Nuevos peldaños en el síndrome bélico con plataforma euroasiática.
Lo nuevo es que dicho síndrome ya está afectando a nuestro hemisferio, sin que los políticos se den por enterados. En Estados Unidos incluso admiten que vuelva a la Casa Blanca Donald Trump, quien dista mucho de ser un promotor de la paz.
En América Latina, la razón estaría en los siguientes tres fenómenos: 1) el afecto ciudadano a la democracia sigue disminuyendo, 2) los políticos profesionales siguen ensimismados en sus polarizaciones domésticas, 3) Rusia, China e Irán ya son proveedores de armamento sofisticado para las dictaduras vigentes y en barbecho.
En nuestra región aquello coincide con un notorio y reciclable déficit de liderazgos. Su correlato es un personal político que ya se acomodó a la polarización de sus sistemas. Por eso, las propuestas que produce suelen ser ideológicas, retóricas o minimalistas y se sintetizan en impedir que ganen las derechas, si son de izquierdas, e impedir que ganen las izquierdas si son de derechas. Y en esta época woke, vaya uno a saber qué contenidos asignan a ese rústico clivaje.
El último test en la materia muestra dos casos emblemáticos. Uno, por reversa, es el de Venezuela. Allí María Corina Machado ejerce, desde la clandestinidad, un liderazgo democrático de excepción contra una dictadura implacable. Por eso muchos pensamos que merece, lejos, el próximo Premio Nobel de la Paz.
El otro caso es el de Bolivia, donde la polarización reduccionista se está dando al interior del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS). Es un clivaje endogámico, que se refleja en una lucha encarnizada entre el Presidente Luis Arce, quien postula a su reelección, y el expresidente Evo Morales. Sí, el mismo que debió abandonar Bolivia cuando, violando su propia Constitución, pretendió aferrarse al poder. El mismo que incentivó la fragmentación de Chile en el primer proceso constituyente. El mismo que fue declarado persona no grata en el Perú por incentivar asonadas secesionistas en la provincia de Puno. En síntesis, el mismo que se autoconsidera sucesor sintético de Fidel Castro y Hugo Chávez y para quien la Presidencia de Bolivia es su derecho humano.
Una sinopsis de lo que está sucediendo muestra a Arce convertido en “traidor” por los seguidores de Morales y a este denunciado por el Ministerio Público por estupro y otros delitos sexuales. Por su parte, Morales rehúsa comparecer ante la fiscal del caso, acusa a agentes del gobierno de intentar asesinarlo y se declara en huelga de hambre. Entremedio induce bloqueos de caminos, desabastecimiento de la población, exigencias de renuncia al Presidente, enfrentamientos con la policía y toma de cuarteles. En medio de tamañas incivilidades, Arce firma un acuerdo de contenido estratégico con Irán y fortalece su relación con las dictaduras de la región.
Por lo señalado, los bolivianos del poder parecen olvidar un reciente y rarísimo conato de golpe castrense en La Paz. Fue una luz roja para recordarles —y no solo a ellos— que cuando los políticos no atinan a consensuar sus disensos en los marcos del Estado de Derecho, tácitamente convocan a los militares para que se hagan cargo del vacío de poder. (El Mercurio)
José Rodríguez Elizondo