Aportar al crecimiento y, así, al desarrollo de Chile, es parte de la misión y la vocación de los empresarios del país. Este rol es también fuente de su valoración por parte de la sociedad. Por eso, como gremio, nos preocupan las vacilaciones en torno a la relevancia del crecimiento que se aprecian hoy entre los dirigentes de la Nueva Mayoría.
El debate de estos días está marcado por quienes privilegian atacar la desigualdad por sobre toda otra consideración y quienes creen que sin crecimiento no es posible avanzar en su disminución.
Destacados personeros de la antigua Concertación, incluidos ex Presidentes, ex ministros y ex directivos del Banco Central, han planteado que el crecimiento es condición indispensable para alcanzar y dar sostenibilidad a la ansiada mayor igualdad, que por cierto todos anhelamos. En cambio para muchos de quienes están en el gobierno y el Parlamento, la prioridad es concretar las reformas estructurales, incluso a costa de afectar los cimientos que han permitido el desarrollo del país en estas tres décadas. Todo ello en pos de avanzar sin renuncia en la búsqueda de mayores grados de igualdad.
Se podría pensar que estas posiciones contradictorias responden a la experiencia y madurez de quienes han ocupado importantes cargos de responsabilidad en el pasado y que tienen su mirada puesta en el largo plazo, versus la de quienes están centrados en el corto plazo procurando cumplir las promesas de campaña y abordar los próximos desafíos electorales.
En lo personal me permito aventurar una mirada complementaria: las contradicciones son el reflejo de diferencias muy profundas entre los sectores que cohabitan en la Nueva Mayoría respecto del modelo de sociedad que aspiran a construir. Los socialdemócratas creen en la democracia representativa, en la preeminencia del hombre sobre el Estado, en la libre iniciativa y en la propiedad privada, conjuntamente con una mayor presencia del Estado jugando un rol regulador-controlador, que garantice la igualdad de oportunidades y asegure bienes públicos básicos para los más desposeídos.
Por el contrario, para la izquierda, la igualdad que propugnan no dice relación con la igualdad de oportunidades, aquella que entrega al individuo la opción de maximizar sus potencialidades a fin de alcanzar sus sueños, sino aquella igualdad que es procurada por el Estado sobre la base de constituirlo en el único gran dispensador de los bienes públicos básicos, haciendo a los ciudadanos dependientes del Estado, mermando su libertad, su creatividad, su iniciativa, vía por la cual aseguran el control del poder político a lo largo del tiempo. Los ejemplos de Cuba, Venezuela, Argentina, Ecuador y Nicaragua son elocuentes.
Me atrevo a especular que detrás del empecinamiento que apreciamos en sectores de izquierda ortodoxa dentro de la Nueva Mayoría está el trauma de la pérdida del poder en manos de la centroderecha encabezada por el Presidente Piñera, en que el avance de las clases medias sobre la base de un modelo neoliberal forma ciudadanos con espíritu libre, más centrados en sí mismos, consumistas y apolíticos, afectando su permanencia futura en el poder.
Las cartas están jugadas. El resultado dependerá de la profundidad de las convicciones de los socialdemócratas para determinar si el país continuará por la senda que lo ha llevado a liderar en todos los indicadores dentro de Latinoamérica o se desviará hacia un camino conocido que lo tuvo en la medianía, restringiendo drásticamente las oportunidades de millones de chilenos.