El futuro comienza a instalarse. El adelanto de la carrera presidencial nos dice que las esperanzas se vuelcan al futuro. Para unos debe ser un gobierno que se diferencie absolutamente del de Bachelet. Otros afirman que solo apoyarán a quien mantenga el “impulso transformador” del actual Gobierno.
Estas opciones pueden ser menos contradictorias de lo que parecen si se abordan con visión de futuro. Pensando desde las mayorías, hasta podríamos esperar puentes sobre fosas excavadas en estos años entre partes del país.
Hemos vivido años raros. Una rareza es que las mayorías son profundamente reformistas pero al mismo tiempo expresan fuertes rechazos y cuestionamientos a las reformas con que este gobierno pretendió responderles. En ese sentido, para mantener el “impulso transformador” es necesario corregir lo hecho a fin de sintonizar nuevamente con el reformismo ciudadano, porque para triunfar se debe conseguir el apoyo de este, que hoy rechaza las reformas de Bachelet. No es de constructores de futuro, limitarse a esperar con los dedos cruzados que la próxima encuesta mejore.
Otra rareza es que lo antes estable dejó de serlo. En particular un orden político y económico sólido, más bien consensual, pasó a ser cuestionado por mayorías. No solo por casos como Penta, SQM o Caval sin duda devastadores, sino más a fondo, por el desplome de la fe en que los poderosos de la política y la economía que estaban de verdad sirviendo a las mayorías y no solo a sí mismos. Esto exige que cale profundo un impulso transformador en empresa y política y es buena noticia que crezca la conciencia de ello en ambas: lo dicen varios avances en curso.
Agreguemos la sorpresa de una economía que se apreciaba sólida, entre nosotros y el mundo, que perdió absolutamente su capacidad de proveer crecimiento y seguridad a Chile y sus hogares, tanto por el contexto internacional que desnuda debilidades estructurales de una economía tan dependiente de un “commodity”, el cobre, como por la abismal ruptura de confianzas entre los dos motores de toda economía del siglo XXI: el Estado y la empresa privada. En esto, Chile necesita también cambios y especial solidez en sus liderazgos y en su gestión.
En otras palabras, no sirve más de lo mismo. Necesitamos un nuevo impulso transformador. La continuidad solo puede ser con un anhelo ciudadano incumplido y cambiante. Esto exige a partidos y liderazgos, hoy más que en 2013, un proyecto compartido de futuro, con visión de plazo más largo que un periodo de gobierno. Ese proyecto país del que la actual Nueva Mayoría carece, según más de uno en sus filas, también deben transmitir, más que antes, credebilidad en que saben cómo hacerlo realidad.
No prosperará el impulso transformador si quien llega a La Moneda solo contiene etéreas promesas seductoras para satisfacer ansias de sentarse en el sillón con la banda cruzada y copar el aparato estatal. Debe ser alguien que al cruzar sus puertas sepa que solo ha ganado el derecho a comenzar una tarea dura que comparte su coalición y sus equipos; y para la cual se han preparado de antemano.