Si hay algo que podemos estar de acuerdo, en este mare magnum de críticas a la política y los políticos, es la falta de aptitud predictiva que se tiene frente a hechos que con altavoces indican problemas que vienen. No dimensionamos lo que se nos venía cuando caricaturizamos a unos escolares avícolamente como pingüinos. Ni advertimos los riesgos de lo que se apareció, tras descubrir la impropiedad de aquellas boletas que aparecieron en la contabilidad de una empresa que terminó por destruir un imperio financiero y que requirió, a fin de cuentas, la instalación de una Comisión para ver probidad y financiamiento de la política. Tampoco avizoramos la gravedad institucional que implicaba la presencia de la nuera de la Presidenta en negocios que, a fin de cuentas, arrastraron a un ministro al cese de su cargo y, desde ese instante, han alimentado negativamente las encuestas en perjuicio del Gobierno, los empresarios y la política. Sabíamos también que las pensiones de las AFP, en ocasiones frecuentes, resultaban indignas y estaban acumulando una rabia social, que explotó en una serie de marchas que terminan por impulsar y desempolvar los consejos de las Comisiones que se han constituido para ver este tema. Ahora nos atrapará la prisa de una legislación bomberil, esto es, aquella que termina por apagar el incendio. En este contexto de miopía política, todo nos termina por sorprender, como algo nuevo, pese a que la evidencia está siempre delante de nuestras narices.
Uno de esos temas es aquél que se refiere a la desigualdad de género o, dicho de otro modo, el rol, trato, valor o consideración que damos a la mujer en la construcción de la sociedad que queremos. De que ha habido avances, sin duda que los hay. Del más variado tipo, ya organizativos (hoy hay toda una organización estatal destinada a promover la situación isonómica de los derechos de aquellas con los hombres y en la implementación de las políticas públicas que pavimenten el logro de objetivos en esta área); ya asociativos (hay toda una red de organizaciones sociales que procuran y motivan la expresión de nuevas políticas, atenciones o despertares en el ámbito de la empresa, la economía, los estudios universitarios, etc.); ya intelectuales (hay toda una bibliografía que apunta a la construcción del dato empírico, que demuestra la necesidad de intervención en las aberraciones y omisiones que sufre muchas veces el género femenino, con estudios que ilustran al más resistente misógino de la estupidez de este tipo de conductas en la creación de un valor compartido en la sociedad).
Uno de estos estudios es el Informe GET («Género, Educación y Trabajo. La brecha persistente. Primer estudio sobre la desigualdad de género en el ciclo de vida. Una revisión de los últimos 25 años», 2016), donde apunta a evidenciar las pesadas e invisibles «piedras en el zapato» de las mujeres, que se refieren a los estereotipos de género desde la primera infancia -el cómo juegan o cómo vestimos a nuestras niñas y niños-; a la naturalización del trabajo doméstico para las niñas; al embarazo adolescente, como un reproductor de la pobreza; al hecho de que nuestras mujeres jóvenes están alimentando crecientemente el número de los NINI de nuestro país (los que ni estudian, ni trabajan, con el consecuente despeñadero de pobreza y desamparo al que condenamos a nuestras jóvenes para el resto de su vida); a la enseñanza diferenciada de las matemáticas, que sólo implica multiplicar desigualdad para con las mujeres; al acceso a la Educación Superior, donde en el inconsciente de muchos están las carreras «para mujeres» y la escasa presencia en carreras científicas y matemáticas; al hecho de que hay pocas mujeres trabajando en lugares con poder de decisión; a la escandalosa brecha salarial de género; al costo oculto que tiene para las mujeres en su remuneración y en su desarrollo laboral la parentalidad; al trabajo exagerado que tienen las mujeres que trabajan en las tareas domésticas y de cuidado de los hijos; al triste epílogo laboral que tiene la mujer en las bajas pensiones que obtiene al salir del mercado laboral, y, por último, al hecho de que mujeres y niñas son las principales víctimas de la violencia. Esas son las piedras verdaderas en el zapato de las mujeres.
Si estas piedras existen, y no hay que ser muy sesudo para darse cuenta de que están allí, pero en zapatos ajenos (lo que a muchos hace pensar que no es un problema, porque no están en el propio), estamos ante un problema en ciernes. Predictivamente podemos afirmar que estamos en la playa que será arrasada por el tsunami , si no hacemos algo en serio. Basta una pequeña chispa para encender esta pradera seca y entonces aparecerá la ley-bombero, que impondrá cuotas de género, en directorios, en gerencias, en partidos, en cupos parlamentarios y por supuesto aparecerá como siempre la trampa chilena (las ponemos de candidatas en localidades o distritos perdidos, en directorios de filiales intrascendentes o en gerencias de dudosa utilidad).
Pero quizás esa ley no pueda salir esta vez. Puesto que la interpelación que tuvimos esta semana nos apuntó a una cuestión extraordinariamente profunda. Varios parlamentarios se refirieron a la condición de mujer de las actoras de ese evento constitucional, a la vestimenta, al físico, a la edad, a la inteligencia -irónicamente-, ya de interpeladora e interpelada. Muchos parlamentarios las «mijitearon» a ambas, en la mayoría de los casos, e insultaron a otras que como espectadoras se encontraban en el hemiciclo, con referencia a la edad de aquellas y a sus experiencias sexuales. En ninguna interpelación de diputado a ministro, se ha hecho referencia a otras circunstancias que al buen o mal desempeño que se le atribuye a los convocados.
Ello nos demuestra que el problema es dramáticamente cultural y que la situación de fondo está siendo eludida, porque debemos enfrentarnos a un cambio que no le gusta a muchos y que, como otros, se nos aparecerá de pronto como algo nuevo, aunque el abuso de esta especie es tan antiguo como la humanidad.