Igual que un comprador que, después de que el vendedor se ha negado a hacerle un 20% de descuento, pide que el descuento sea de un 40%, la propuesta constituyente de Bachelet es menos viable que intentar el camino ya existente de reformas constitucionales. La Presidenta Bachelet ha aceptado que para avanzar hacia una nueva constitución, se requiere el voto positivo de 2/3 de cada Cámara. Como la derecha no está dispuesta a poner los votos para apoyar las reformas que quiere la Nueva Mayoría —incluido el reducir los altos cuórums para promulgar reformas—, la sugerencia de Bachelet de condicionar el inicio del proceso constituyente a que la derecha lo apoye es un inviable saludo a la bandera.
Los dos principales cuestionamientos a la constitución actual son su origen ilegítimo y sus complicados mecanismos de reforma. Como reformar es tan difícil, la Nueva Mayoría ha acumulado una lista de reformas —lista de supermercado— que gustaría de introducir a la constitución. Ninguna de esas reformas en sí misma justifica botar la casa actual para construir una nueva. Pero como la casa actual la construyó Pinochet y está manchada por las violaciones a los derechos humanos ocurridos en dictadura, la Nueva Mayoría ha tratado de convertir su lista de supermercado en una justificación para iniciar un proceso constituyente.
El segundo argumento contra la constitución es la estructura de altos cuórums que se requieren para reformarla. Ya que todas las reformas importantes requieren 2/3 en ambas cámaras, es imposible impulsar una reforma sin la venia de las grandes coaliciones. Como el statu quo constitucional es favorable a las posturas de la derecha, la izquierda es la más interesada en impulsar cambios. Hasta ahora, todos los cambios que han podido ser promulgados han tenido la venia de la derecha.
Aunque la Concertación impulsó cambios siguiendo el camino de los 2/3, la Nueva Mayoría inicialmente pareció querer tomar el camino fundacional precisamente para no tener que verse sometida al requisito de los 2/3. Pero una vez que la Presidenta Bachelet aceptó que el único camino posible era el institucional, aceptó la barrera de los 2/3. En su confuso anuncio de hoja de ruta de proceso constituyente —que irresponsablemente pateó la pelota hacia el próximo gobierno (intentando amarrar al futuro gobierno de la misma forma que la dictadura amarró a los gobiernos democráticos que se iniciaron en 1990)—, Bachelet terminó condicionando todo el plan a que existiera una mayoría de 2/3 en ambas cámaras para iniciar el proceso constituyente.
Naturalmente, si existiera una mayoría de 2/3 a favor de los cambios que quiere el gobierno, no habría necesidad de iniciar un proceso constituyente. Bastaría con introducir la lista de supermercado completa para modificar, en este periodo legislativo, todo lo que la Nueva Mayoría objeta del documento actual. El texto definitivo seguiría teniendo el mismo origen ilegítimo, pero no habría ningún precepto constitucional vigente que la Nueva Mayoría podría señalar como inaceptable o antidemocrático.
Pero ese camino de reformas no es viable precisamente porque no existe una mayoría de 2/3 que apoye la lista de supermercado de reformas que quiere la Nueva Mayoría. Por eso es que resulta inverosímil que la respuesta del gobierno de Bachelet ante esa realidad sea sugerir que, entonces, intentará salvar la barrera de los 2/3 para iniciar un proceso constituyente. Si no hay mayoría suficiente para hacer reformas, mucho menos habrá para iniciar un proceso constituyente.
Si bien algunos en la derecha han caído en el juego de aceptar la necesidad de una nueva constitución —el propio ex Presidente Piñera ha hablado de “una nueva constitución”—, la única postura razonable en la derecha es exigirle a la Nueva Mayoría que explicite cuáles cambios constitucionales quiere para empezar a negociar reformas ahora (y no esperar hasta después de 2017). Por cierto, hay espacio para promulgar varias reformas que tienen amplio apoyo en todos los sectores. Para otras reformas —incluido el cambio a las mayorías calificadas—, ciertamente no hay suficiente apoyo. Esa falta de consenso sobre cuáles deben ser las mayorías calificadas hace inviable cualquier hoja de ruta que dependa de un consenso para bajar los altos cuórums que existen en la constitución actual.
Igual que una pareja de recién casados que discrepa sobre cuándo tener el primer hijo, el camino para un acuerdo no puede ser que el cónyuge más interesado en procrear pronto ofrezca, como alternativa, tener dos hijos inmediatamente en vez de uno. Si el problema es que no hay cuórum para tener el primer hijo, difícilmente habrá cuórum para tener dos hijos. El plan constituyente de Bachelet o bien peca de ingenuidad o demuestra que el gobierno de la Nueva Mayoría pensó el camino hacia una nueva constitución con la misma improvisación que tuvo para impulsar la reforma tributaria y para materializar su promesa de gratuidad en la educación superior.