Italia, democracia, inestabilidad y populismo- Alejandro San Francisco

Italia, democracia, inestabilidad y populismo- Alejandro San Francisco

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La democracia vive en la actualidad desafíos relevantes en todo el mundo, ya que debe responder a una serie de problemas: desafección del pueblo hacia la política, corrupción, populismo, decadencia de los partidos tradicionales, gobiernos de minoría y otros tantos asuntos que no siempre reciben respuestas oportunas e inteligentes. De ahí que hoy en día numerosos países y gobiernos deambulen entre crisis internas, oposiciones crecientes, expectativas insatisfechas y los altibajos en la aprobación popular. Lo que podría ser parte de la naturaleza de la actividad política, de alguna manera se percibe como una situación algo más compleja, que podría poner en entredicho al régimen democrático mismo o al menos la forma en que ha sido entendido hasta ahora.

En Europa, el caso de Italia es paradigmático desde hace décadas, por su perpetua inestabilidad gubernamental, el fraccionamiento de los partidos y la irrupción de distintas fórmulas populistas que, en la práctica, han ido haciendo muy difícil la continuidad política en el país. Es lo que hemos visto este último mes, después de la que pareció ser una jugada maestra de Matteo Salvini, que terminó por volverse en su contra, liquidando sus ambiciones por convertirse en el Primer Ministro italiano.

Se dice habitualmente, y con razón, que Italia tiene un sistema especial, difícil de entender, demasiado inestable y cuya vocación por representar todas las fuerzas políticas termina siendo contraproducente. No es casualidad que los gobiernos duren tan poco, que las combinaciones sean tan líquidas y que los partidos sean agrupaciones volátiles. No es la simple competencia democrática o la alternancia en el poder lo que vemos en la península, sino que hay algo propiamente “italiano” –y no de la naturaleza de la democracia o el parlamentarismo– en todas las rotativas y combinaciones, en los acuerdos políticos o las meras transacciones. Eso es lo que hemos visto precisamente durante agosto de 2019.

¿Qué ha ocurrido en las últimas semanas? Primero, Matteo Salvini, líder de la Liga y una de las figuras más populares de la política italiana en los últimos años, decidió “dinamitar”, como calificaron algunos medios, el gobierno que formaba su partido con el Movimiento 5 Estrellas, dirigido por Giuseppe Conte. El objetivo de Salvini era evidente: que hubiera un llamado a elecciones anticipadas, en las cuales él mismo podría obtener una sólida mayoría, quedando con las mejores opciones para asumir como Primer Ministro. Para esto se basaba en las encuestas, pero también en las últimas elecciones europeas de mayo pasado, cuando su partido obtuvo un sólido 34%, alzándose con la primera mayoría nacional, superando por más de tres millones de votos al segundo –el Partido Demócrata– y duplicando la votación lograda por el M5E, la primera fuerza política del país. Por lo mismo, su idea de terminar con el pacto de gobierno entre la Liga y M5E abría efectivamente el paso a un nuevo escenario político en el cual Salvini llegaría al gobierno. La renuncia posterior del Primer Ministro Conte pareció confirmar el éxito de la jugada, alimentando sus ilusiones, pero a su vez despertando los temores de sus muchos y variados adversarios.

Salvini, evidentemente, es un político problemático para el sistema. Ha sido un duro contradictor de “Europa”, tal como se desarrolla hasta el presente, llegando a hablar de la necesidad de liberar al Viejo Continente de “la ocupación de Bruselas”, acusando que el continente está sumido en “la desigualdad”. Paralelamente, su discurso amenaza el retiro de la Unión Europea, junto con ser uno de los principales detractores de la inmigración, especialmente relevante en Italia, hacia donde llegan habitualmente botes desde África, en peligrosas condiciones, ciertamente en la ilegalidad, recibiendo el rechazo del líder de la Liga y de parte de la población italiana, en actitudes que han sido calificadas de xenófobas, aunque no exista una política europea que logre superar el problema de fondo.

Sin embargo, ha sido precisamente el “peligro” que representa Salvini el que ha provocado que su jugada no haya resultado como él quería, sino que haya derivado en una inédita coalición entre el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata, hasta ayer adversarios irreconciliables, hoy unidos ante el temor del avance de su adversario común. Con escasa creatividad, el hombre escogido para liderar esta nueva etapa es el propio Giuseppe Conte, figura independiente que semanas atrás era aliado de la Liga y que en sus declaraciones recientes ha tenido un discurso más europeísta y renovado. No sabemos qué implicancias prácticas tendrá esto, aunque ha hablado de la necesidad de poner a Italia en el lugar que le corresponde, cuestión doblemente importante, considerando la relevancia histórica y económica del país, así como su precaria situación actual: su economía prácticamente no crece y la misma inestabilidad política genera temores en los mercados.

Conte, de manera inteligente o evasiva, ha preferido no referirse al tema de la inmigración en sus primeras declaraciones tras el encargo de formar gobierno. Es probable que ello se deba a las diferencias internas de su nueva coalición, así como también al riesgo evidente que presenta esta nueva etapa: que el acuerdo del M5E y el PD –que no responde a proyectos doctrinales o políticos comunes y de largo aliento–, termine siendo una nueva fase de la inestabilidad gubernativa, y en unos meses más Italia efectivamente vaya a la elecciones, escenario en el cual Salvini podría emerger de nuevo como una figura relevante y quizá triunfal, en un contexto europeo en el cual de irrupción y consolidación de los euroescépticos, relativo auge del populismo y desafíos abiertos a las democracias.

Italia ha solucionado su problema puntual, o al menos eso es lo que parece. Tendrá nueva coalición y nuevo gobierno. Pero una solución de fondo requiere mucho más y quizá sea necesario pensar en serio el tamaño del Estado, el gasto público y los problemas económicos persistentes. Quizá también alguna reforma a su sistema político. De lo contrario podría ingresar a una nueva fase de dificultades cuyo camino está anunciado y cuyos resultados finales pueden ser muy negativos.

El Líbero

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