José Joaquín Brunner describe con agudeza un cuadro de fragmentación e incertidumbre en las izquierdas chilenas. Coincidimos en parte de su diagnóstico, pero no compartimos su conclusión: no es el desorden lo que define este momento, sino el tránsito. Lo que está ocurriendo es una transformación, con aprendizajes complejos, replanteamientos profundos y una búsqueda genuina por sintonizar con las aspiraciones de la ciudadanía del siglo XXI.
Lejos de anacronismos, la izquierda que representamos desde el Socialismo Democrático ha demostrado vocación de gobierno, compromiso sin relativismos con la democracia y los derechos humanos y disposición a construir mayorías. No es poca cosa. En tiempos de polarización y desconfianza, persistimos en la tarea de reconciliar progreso con estabilidad, derechos con responsabilidad, futuro con gobernabilidad, seguridad sin complejos y sin brutalidad. Persistimos, especialmente, en una convicción progresista que abraza las oportunidades del futuro y se abre a respuestas innovadoras para resolver los dilemas de la sociedad.
Más que nostalgia por pasados ideológicos cerrados, nos mueve la convicción de que Chile necesita una izquierda moderna, un progresismo unido que se atreva a reformar, a escuchar, a conectar con las urgencias de las personas: seguridad, progreso, empleos dignos, protección social, igualdad de las mujeres, mejor educación y cuidado del medio ambiente.
No negamos nuestras diferencias internas. Pero no les tememos. El desafío no es eliminar la diversidad, sino convertirla en fuerza creadora. En eso estamos. (El Mercurio Cartas)
Carolina Tohá


