Las relaciones entre la política y el fútbol son obvias y muy cercanas.
Eso es lo que explica que la FIFA tenga igual o más miembros que la ONU. Y es que en la medida en que las pulsiones más básicas de los seres humanos -la agresión, la distinción entre amigo y enemigo, el abrigo de la masa, el goce de infantilizarse- se subliman y expresan en el fútbol, él es la actividad universal por excelencia. El multiculturalismo, tan de moda, se revela como un simple exotismo pasajero frente a la universalidad de ese juego en apariencia inútil.
Cada selección, por su parte, expresa simbólicamente a la nación. Sus triunfos son la realización vicaria de sus deseos postergados, la venganza ritual de sus fracasos, la compensación de las frustraciones cotidianas, la sublimación de todo lo que, sin el cauce del arco y el gol, sería combustible para la violencia y la agresión.
El fútbol, en suma, es la realización irracional -es decir, falsa- de los deseos.
No es de extrañar entonces que los políticos procuren estar cerca de él cuando el éxito se acerca. Y lejos cuando el fracaso, o el fraude, asoman.
Fue el caso de Piñera; es el caso de Bachelet.
Piñera no solo se hizo socio de Colo Colo y reveló una pasión que hasta entonces había disimulado, haciendo creer a todo el mundo que en realidad era hincha de la Universidad Católica. También intervino, mediante personas interpósitas, en la elección de la ANFP. El resultado es sabido de todos. Por una casualidad carambolesca, Sergio Jadue, hoy sospechoso de delitos, terminó de presidente.
Bachelet no reveló ninguna pasión de última hora, pero se acercó, con obvios propósitos propagandísticos, no vale la pena ocultarlo, a la Selección Nacional. Sus fotos en el camarín, las selfies reiteradas, las escenas acompañadas de Jadue, se hicieron frecuentes. Cómo no: la Selección estaba triunfando, es decir, realizando vicariamente los deseos de todos. Se trataba entonces de que, mediante la osmosis de la imagen, a través del contagio de la fotografía, algo de la satisfacción vicaria alcanzara a la figura presidencial.
Hasta que la peste del fraude empezó a brotar y todos se alejan.
¿Hay, sin embargo, alguna asociación entre el fútbol y la política, entre Jadue y las figuras presidenciales, que vaya más allá de la simple asociación anecdótica, del mero aprovechamiento propagandístico?
Por supuesto que sí.
Aunque las rutinas del fútbol -esforzarse con los pies y la cabeza para impulsar una bola, según la definición de Tierno Galván- no tienen nada que ver con la política, cuando se mira de cerca el andamiaje que lo sostiene, las similitudes con ella saltan a la vista.
Desde luego, la política y el fútbol descansan sobre organizaciones formales que suman voluntades, requieren recursos y poseen intercambios de variados tipos con otras organizaciones (auspiciadores, financistas, etcétera). Cada una de esas organizaciones (partidos o clubes) compiten entre sí y, si pudieran, pero no pueden porque se resignan al juego ritual, se sacarían los ojos.
El conjunto de esas organizaciones posee una coordinación central, para acceder a la cual se requiere la máxima virtud (en el sentido maquiavélico de esa expresión). Sergio Jadue accedió al poder de la ANFP de una manera no muy distinta a como debieron hacerlo, en su hora y en sus partidos, Piñera y Bachelet. La misma o semejante mezcla de fortuna y astucia, la misma capacidad de estar en el momento oportuno y aprovecharlo sin respiro. Debe haber también entre todos ellos la misma capacidad de seducir la voluntad ajena, de ganar apoyos y obtener recursos. Y es que entre Jadue, Piñera y Bachelet -guardando las distancias- existe la rara hermandad de la política: el manejo del secreto que es necesario conocer para imponer la propia voluntad sobre los otros.
No es raro entonces que Sergio Jadue esté bajo sospecha de haber cometido fraude, y que quienes se dedican profesionalmente a la política en Chile, ellos o sus cercanos, estén en una situación parecida. Ha de haber algo común a la naturaleza de esas actividades para que algo así ocurra, para que en la política y en el fútbol haya aplausos de la misma o parecida intensidad y a la vez similares intersticios por los que se cuela, a pesar de todos los esfuerzos por impedirlo, el engaño en interés propio.