La advertencia de las encuestas-Pilar Molina

La advertencia de las encuestas-Pilar Molina

Compartir

Escribí un libro sobre el segundo gobierno de Michelle Bachelet (“Michelle Bachelet 2014-2018: Detrás de la Derrota”) porque fue un gobierno muy especial desde varios puntos de vista: la ex Mandataria entra exitosa a La Moneda y sale derrotada; es el gobierno más rupturista desde el regreso a la democracia porque intenta producir profundas transformaciones en el sistema económico de libre mercado que tuvo continuidad desde el regreso a la democracia; y porque terminó por segunda vez con la coalición política que la llevó al poder destruida. Primero fue la Concertación, después, la Nueva Mayoría.

Desde un punto de vista económico, los resultados de su período no fueron buenos. Desde 1990 que Chile no crecía menos, nunca antes la inversión cayó por cuatro años consecutivos, el empleo se precarizó, aumentando el público y el sin contrato. Qué hablar del deterioro de las cuentas públicas, y todo sin recesión o crisis internacional. Las reformas fueron improvisadas en muchos aspectos que quedaron como lastres al gobierno siguiente, que también tuvo que asumir problemas reales que la administración socialista no encaró: los niños del Sename, pensiones, inmigración, el desorden en Carabineros y el descuido de la Araucanía, el déficit fiscal, entre tantos.

Desde un punto de vista político, el resultado es evidente desde el minuto que debe entregar por segunda vez la Presidencia a la derecha y que en su período el oficialismo obtuvo los peores resultados municipales de su historia.

Las encuestas trataron con dureza a la Mandataria. En septiembre de su primer año, 2014, las curvas de aprobación y desaprobación se cruzan y el neto de adhesión es negativo de ahí en adelante hasta que deja la Moneda. En su época, sus equipos minimizaron que el origen de tal desaprobación fuera la resistencia a las reformas, que nunca contaron con el respaldo mayoritario de los chilenos. Más bien, en el nuevo encuadre para leer la realidad desde la desconfianza y el malestar, pensaban que las evaluaciones se habían hecho más estrictas para siempre y que si la golpeaban a ella (incluso antes que explotara el caso Caval) también lo harían con sus sucesores.

No cejó en las reformas, entonces, ni moderó su afán por cambiar el modelo y siguió deteriorando su adhesión y el crecimiento económico. Creía que los cambios no influían en su evaluación y que su gran hazaña sería correr el cerco en lo valórico, con el aborto en tres causales, e instalar el discurso de los derechos sociales con la gratuidad para la educación superior que ahora los rectores lloran porque desfinancia a sus instituciones.

Las encuestas empiezan a apalear a Sebastián Piñera, un poco más tarde que lo que ocurrió con su antecesora. Es cierto que hay mayor optimismo económico y que en el nivel de aprobación y en muchos atributos hay un repunte notorio, como en confianza o en cercanía. Pero eso es respecto a los últimos tres años de Bachelet, donde las evaluaciones dejaron la vara muy baja. Pero si se comparan los actuales resultados con los de los seis gobiernos anteriores (incluido el de Piñera 1), al terminar su primer año, el actual Mandatario está peor. La excepción es Bachelet, que a noviembre de 2014 tenía ya 5 puntos más de rechazo que Piñera (45% vs 40%) y prácticamente la misma aprobación (36% vs 35%), todo previo a que explotara Caval.

Es difícil pensar que el actual Mandatario pueda llegar a los peak de desaprobación del 75% de su antecesora, pero no imposible. Es evidente que Piñera al menos asume los problemas de frente y no los elude, como se ha visto con Carabineros por el asesinato del comunero Camilo Catrillanca o con la misma Araucanía. Este Presidente se apersona en Temuco, mientras su antecesora rodeaba las crisis. Este Jefe de Estado descabeza el alto mando de Carabineros y la anterior autoridad no tomaba ninguna medida frente al exceso de la Operación Huracán.

En realidad, pareciera que el riesgo de uno es el inverso del otro. Mientras ella se veía demasiado indolente frente a los incendios del verano de 2017 y prefería no regular la fuerte inmigración de los últimos años, el actual Presidente se vuelve a observar sobrerevolucionado. Si Bachelet hablaba muy poco, el actual lo hace en demasía y en todo tipo de tribunas. El tirón de orejas público que le dio al Comandante en Jefe de la Fach esta semana es un buen ejemplo. Nadie le pide que no objete gastos excesivos en los cambios de mandos institucionales, pero es inevitable pensar que está buscando caer bien con la reprimenda por la prensa que muchos consideran hasta injusta, porque el despliegue de aviones de la celebración forma parte del entrenamiento de los pilotos que deben cumplir horas de vuelo.

Y si fuera merecido, ¿por qué deteriora públicamente la imagen institucional de otra fuerza armada, cuando ya la Carabineros está en el piso y la del Ejército bien magullada? A mayor desorden y desprestigio institucional, mayor posibilidad que surjan nuestros propios “chalecos amarillos” destruyendo a diestra y siniestra, más después que La Moneda copió el slogan “en marcha” de Emmanuel Macron.

Sebastián Piñera empezó distinto su segundo período, hablando como Presidente y no como autoridad divertida, omnipresente, multifacética. Es muy improbable que fuera electo por esas características, más bien pareciera que la gente lo votó por su capacidad de gestión, sobre todo en materia económica y de seguridad. Si se limitara a liderar públicamente esos temas quizás podría evitar terminar como Bachelet, pésimamente evaluada y ansiando que llegar pronto al final de su mandato. (El Líbero)

Pilar Molina

Dejar una respuesta