Una vez más, de la mano de Sebastián Piñera la derecha vuelve a dirigir políticamente los destinos del país. Chile Vamos se hizo del gobierno dándole a la Nueva Mayoría una paliza electoral de nueve puntos. La diferencia a favor del gobierno entrante lo reviste de legitimidad democrática y, de paso, le anticipa algunos meses de luna de miel con la opinión pública (encuestada).
Este favorable contexto le ha permitido a Piñera mantener en alto las expectativas ciudadanas y gozar de una tranquilidad inesperada para el nombramiento de su gabinete. Al contrario de las redes sociales, en los medios masivos se observaron muy pocos cuestionamientos a su origen de clase, relaciones de parentesco, adscripciones valóricas, desbalance de género o a su pasado político, críticas que fueron la tónica durante esas designaciones en la experiencia de Bachelet en 2014. En tiempos de máximas exigencias en materias de transparencia, coherencia y probidad, el que sólo un nombramiento se haya caído -el subsecretario de salud-, es indicativo de lo calma que ha sido la instalación palaciega del piñerismo.
Esta placidez que Piñera encontró en el interludio entre su triunfo electoral y su regreso a Palacio, se agudizó al encontrarse con una oposición aún aturdida tras la derrota, crecientemente desorientada y liderada por una Presidenta que en sus últimos días como máxima autoridad jugueteó con una cuestionable “operación legado”. Así las cosas, Sebastián Piñera no ha necesitado hasta ahora salirse una coma de su libreto de campaña en torno al crecimiento económico, la vigorización del empleo y el descrédito a la gestión de Bachelet para volver de lleno a La Moneda este 11 de marzo.
Sin embargo, ya instalado en el gobierno difícilmente el ahora presidente logrará sostener el timón presidencial basado sólo en las ideas fuerza expuestas en su campaña. La apelación optimista en torno a mejorar el rumbo de la economía no será suficiente para conseguir el apoyo de una opinión pública veleidosa y cambiante, escéptica y despolitizada, que pragmáticamente optó por la coalición de derecha pues el viento de sus expectativas soplaba en el sentido de la economía y la centro izquierda no lograba sintonizar con estas.
Basado en su experiencia anterior, Sebastián Piñera debe haber tomado nota que la falta de un relato que diera sentido a su primer gobierno le pasó la cuenta. En esta segunda aventura gubernamental y aprovechando los vaivenes de una sociedad despolitizada e ideológicamente pendular que hoy se inclina por el crecimiento económico más que por otras banderas, Piñera se ha propuesto un guion ambicioso consistente en poner a la economía y la ampliación de la libre competencia al centro del desarrollo social, apostando desde el mercado disputarle a la centro izquierda las banderas de la justicia social, y de paso des-satanizando el lucro privado, que tanta cefalea le provocó anteriormente.
En la médula de su relato 2.0 está el mercado antes que el estado como eje central del desarrollo social. Desde esta lógica no hay desarrollo social posible, no hay inclusión, nivelación de cancha ni menos mayor igualdad sin un crecimiento económico fuerte y sostenible. No hay posibilidad alguna de ampliar la gratuidad en educación superior, mejorar la atención hospitalaria ni de aumentar las pensiones si no hay una economía sólida y vigorosa y si las bases de nuestro modelo de desarrollo no permiten o entraban el crecimiento económico. Este será el discurso al que nos invita desde este lunes el gobierno entrante.
Piñera quiere desvirtuar, por qué no retroexcavar, el juicio positivo que algunas sectores ilustrados y amplias capas medias y bajas de la población tienen sobre lo beneficioso de los incrementos impositivos, la provisión directa de bienes y servicios desde el Estado y las regulaciones de los mercados. Lo que se pretende es resignificar el valor de la iniciativa privada y el crecimiento económico ante ese segmento de ciudadanos que, bacheletismo mediante, se convenció que el desarrollo social sólo es posible subiendo los impuestos a los más ricos, regulando al abusivo mercado e incrementando la participación del estado en la economía. Quiere evidenciar con hechos que el desarrollo social requiere antes que todo de crecimiento económico, mucho más que redistribución, como algunos insisten en creer.
Esta apuesta ambiciosa y no explicitada del presidente 2.0, que supone la hegemonía del mercado sobre el estado en pos de la justicia social, estaba esperando entrar a palacio para desplegarse. Apuesta que, para sostener adhesión pública, no contempla molestar a sus potenciales detractores liberales quitándoles los logros avanzados en libertades individuales. Administrará lo que ya hay intentando paliar sus efectos colaterales. Tampoco exigirá desmontar derechos sociales resueltos vía provisión mixta, de manera de no incomodar a los bacheletistas y estudiantes favorables a la gratuidad en educación superior. De hecho, el más ortodoxo de sus ministros tendrá que implementar una ley de la que no se siente parte y que ya ha dicho que llegó para quedarse.
El diseño de Sebastián Piñera 2.0 es mucho más ambicioso que revertir las reformas bacheletistas. Contempla ganar la batalla cultural que supone revalorizar el mercado como fuente de generación de riqueza, devolver legitimidad al lucro y, de paso, recuperar el sitial de honor y respeto que hasta hace poco tuvieron los empresarios como agentes principales del desarrollo.
Como parte central de este diseño, nada mejor que haber puesto a un empresario cuyo fideicomiso superó los 60 millones de dólares como ministro de Desarrollo Social, de quién se dice además que es su delfín. (La Tercera)
Cristián Valdivieso