Lo que el profesor no aclara es cuáles serían los vínculos entre la exacerbación de la autonomía individual y la emergencia de estos peligros, ni las herramientas que dicha autonomía tendría para enfrentarlos.
Hace ya mucho tiempo, Alexis de Tocqueville señaló el derrotero opresivo de las sociedades en las cuales triunfara un individualismo sin contrapeso: «Veo una muchedumbre innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres, con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte, es como extraño al destino de todos los demás (…) no existe más que en sí mismo y para sí mismo, y, si le queda todavía una familia, se puede decir al menos que no tiene patria. Por encima de ellos se alza un poder tutelar inmenso que se encarga de asegurar sus goces y vigilar su suerte».
Los males que Montero identifica, entonces, bien podrían emanar de la creencia de que la «belleza liberal» es el único bien al que los seres humanos debemos aspirar, y no uno que se encuentra en un delicado equilibrio ecológico junto a muchos otros bienes, sostenidos por distintas organizaciones de diverso tipo. Y es que la autonomía individual, aunque sin duda es parte de cualquier ecosistema humano deseable, parece ser un monocultivo tan débil como nocivo. (El Mercurio-Cartas)
Pablo Ortúzar Madrid
Investigador Instituto de Estudios de la Sociedad