La caída de los altísimos

La caída de los altísimos

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Nunca estuve muy de acuerdo con Donoso Cortés, el gran conservador del siglo XIX, cuando decía que “en toda gran cuestión política se envuelve siempre una cuestión teológica”. Sin embargo, la izquierda de carácter frenteamplista parece empeñada en mostrarme que estoy equivocado y que sin la ayuda de la teología no parece posible entender su proyecto político.

La cuestión teológica que hoy está en juego es muy antigua, se remonta al comienzo mismo de la historia: es el viejo dogma del pecado original. Según él, todos los hombres venimos al mundo con una suerte de falla, un esguince que hace que en cualquier momento comencemos a cojear. Esto no significa necesariamente que todo lo que hagamos sea malo, que nuestra naturaleza esté completamente corrompida, pero sí que está herida y de manera muy profunda.

¿Dónde se halla el mal? En nosotros, responderá un cristiano: del corazón del hombre salen los malos pensamientos, los homicidios, las avaricias, las maldades, el engaño, la envidia y muchos otros males, enseña el propio Jesús.

Si lo anterior es verdad, entonces hay dos consecuencias que saltan a la vista. La primera es que ninguno de nosotros es inmune a la corrupción, lo que exige tomar medidas de prudencia. La segunda es que todo lo humano es falible, hasta los sistemas más perfectos están expuestos al deterioro, la decadencia y la trampa.

Frente a esa concepción, que a oídos modernos suena un poco pesimista, se alza otra que se generalizó a partir del siglo XVIII. Según ella, la raíz del mal se halla fundamentalmente en una deficiencia en las estructuras sociales. El hombre es bueno, la sociedad se encarga de hacerlo malo. Si corregimos las estructuras, por ejemplo mediante la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, entonces habrá desaparecido el mal en el mundo o al menos habremos reducido drásticamente su presencia.

Por eso, cuando se trata de calificar un proyecto político, lo primero que corresponde es ver a cuál de estas dos familias pertenece. Para eso resulta imprescindible hacerle una pregunta teológica: “¿Dónde se halla, en definitiva, la raíz fundamental del mal, en el corazón del hombre o en las estructuras?”.

Todo hace pensar que el progresismo frenteamplista forma parte de la segunda familia, y esa filiación, lamentablemente, no es inocua. Lleva al convencimiento de hallarse del lado correcto de la historia, a pensar que las propias ideas representan un progreso necesario respecto del pasado y nos conducen inevitablemente hacia un futuro mejor. Quien vive en ese ambiente intelectual, difícilmente tendrá conciencia de la propia fragilidad; tenderá a pensar que, cuando se posee el diagnóstico acertado sobre las causas de nuestros males, no es posible que uno incurra en los vicios propios de tiempos pasados.

Que hay pillos de izquierda, derecha y centro no lo discutimos. Pero quienes pertenecemos a la primera familia nunca nos sorprenderemos en exceso si descubrimos que alguien muy cercano ha hecho algo indebido. No pensamos que por ser “de la familia” esté asegurada su pureza moral. Esto constituye una notable ventaja política.

Por el contrario, los escándalos de corrupción de este Gobierno resultan especialmente chocantes porque se dan en el mundo de los altísimos, de los seres impolutos, y eso hace que su caída sea más estrepitosa. No olvidemos las sabias palabras de Martín Fierro: “Y naides se muestre altivo/ aunque en el estribo esté,/ que suele quedarse a pie/ el gaucho más alvertido”. Con razón el Presidente Boric está preocupado. Ante los sucesos más recientes de corrupción advirtió: “Tenemos que tener el mismo estándar o incluso más alto que cuando juzgamos a nuestros adversarios”.

Sin embargo, el tema de la corrupción no es solo un problema que afecte la credibilidad del Frente Amplio/PC. Si alguna ventaja tenía Chile dentro de la región era su relativa fortaleza institucional y sus bajos niveles de corrupción. ¿Será esa otra de las herencias de nuestros antepasados que vamos a dilapidar? ¿Y vamos a terminar de hacerlo precisamente en los tiempos en que se anunciaba una profunda renovación moral?

Es verdad que el Gobierno ya tiene muchos problemas (violencia en La Araucanía, narcotráfico, gravísima crisis educacional, etc.), pero es urgente que le pongamos coto a la corrupción cuanto antes, porque muy pronto será demasiado tarde. Y hay que frenarla dondequiera que se produzca, desde la nefasta práctica de la copia en la educación media y universitaria, hasta en el desempeño en los tres poderes del Estado y, de modo muy particular, las municipalidades. A veces no es corrupción pura y dura; sin embargo, la tendencia de cierta izquierda (Bachelet, FA/PC) a meter en el aparato estatal más gente de la necesaria es muy peligrosa. Incluso, al acabar una administración, se recurre a una cantidad de triquiñuelas legales para hacer realidad la aspiración de uno de los ideólogos del Podemos español: debemos mantenernos en el Estado incluso después de que salgamos del gobierno.

Resulta chocante el contraste entre su pureza moral y la facilidad con que se sirve del Estado para fines particulares, pero todavía más la tranquilidad de conciencia con que lo hace. Quizá se deba a que tiene detrás una mala teología. (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro