El año 2015 es de la caída de los dioses. Cayó la diosa de la política y ahora, el dios empresarial. En ambos casos los dioses aseguraron no haberlo sabido. En ambos, el clima de desconfianzas imperante sospecha de sus respuestas y los castiga. A juzgar por la unanimidad del rechazo empresarial en este caso, sus pares tampoco los perdonan.
La colusión confesa de CMPC y SCA, en productos de amplio consumo masivo, duró 10 años. Se desconocían casos de tan prolongada colusión y por primera vez todos los involucrados se auto denuncian. En casos previos, todos o algunos de los acusados defendieron su inocencia. Aquí no había espacio para eso. Sólo cabe dar la cara, como ayer hizo Matte. Y, ante todo, demostrar que los pedidos de perdón tienen consecuencia en su quehacer futuro.
Me esperanza en algo la indignación empresarial y su conciencia de lo que esto les significa. Todas las hipótesis que oscilan entre el “nunca lo supe” y la delación compensada dejan interrogantes. ¿Qué laya de directorio es aquel que en 10 años no se percata que sus ejecutivos están manipulando el mercado donde son actor dominante y por tanto su celo ético anti monopólico debe ser mayor? ¿Qué exigencias y normas inculcaron en ellos? Asimismo, si CMPC optó por denunciarse el 27 de marzo de 2015, ¿cómo es posible que su figura más emblemática encabezara el 8 de octubre una reunión entre los más grandes empresarios del país y la Presidenta de la República en el CEP? ¿Cómo es posible que una persona en conocimiento de lo que se le venía encima, en vez de abandonar la escena decida seguir proyectando liderazgos de amplia difusión, sin consideración al efecto que tendría en todos los que aparece representando?
Sospecho que todo cambió en el construir Empresa. La sociedad que ya era crítica para juzgarla, lo será aún más. La economía de mercado necesita un sello ético para legitimarse y la actividad empresarial, a ojos ciudadanos, hoy no la garantiza. Deben dejar de ser sinónimos. La Empresa debe cambiar y también la formación ética de los ejecutivos. Sólo así, mercado y empresa tendrán futuro en un país de inevitable concentración por el tamaño de nuestro mercado interno. Las exigencias serán desde ahora mayores. No se puede vender como bueno y recto una actividad o producto visto como malo y tramposo; debe ser de superioridad evidente a aquello repudiado.
Cuando uno cree que el ocaso de los dioses ha topado fondo, otro hecho los hunde un poco más. No es gratis. El actual naufragio de los poderes político, económico y espiritual, hace de Chile terreno fértil para populismos que, sin originalidad pero calando fuerte, navegarán bajo la consigna “¡qué se vayan todos!”
Sin embargo, ojo, la historia del siglo XX -con sus dictaduras ideológicas feroces y estatismos ineptos- nos enseñó que políticos electos y empresa privada son imprescindibles. Y se agrega otra conclusión hoy pertinente para Chile. Cuando política y empresa descuidan el rol social y la ética que las legitima y no se entienden entre sí como realidades insoslayables, a sus naciones les va mal.