Está demostrado que los ataques incendiarios en La Araucanía, el Bío-Bío y Los Ríos no son actos delictivos comunes o “violencia rural”, como dicen eufemísticamente algunos funcionarios. La mayor parte son ataques ejecutados por grupos que responden a un plan político y disponen de dinero y armas.
Héctor Llaitul, de la Coordinadora Arauco-Malleco, lo explica en el sitio web Weftun: “Nuestra estrategia es la lucha por la liberación nacional, a través de un proceso complejo y dinámico de la acción directa del control territorial para lograr la recuperación de los territorios y la autonomía”. El sitio luce la foto de un camión quemado y describe el papel de los ORT (órganos de resistencia territorial) y las redes de apoyo. Proclama, además, una consigna transparente: “La resistencia no es terrorismo”.
Lo que Llaitul llama la liberación nacional es ni más ni menos que el separatismo, o sea, borrar la historia de mestizaje e integración de Chile para proclamar una especie de nación racial y culturalmente pura. Dice, además, que el objetivo es derrotar al capitalismo. ¿Y luego, qué? ¿Retroceder a las formas de producción premodernas? ¿Y establecer quizás un régimen predemocrático? Se trata de una mezcla de arcaísmo y utopismo revolucionario. ¿Qué se puede esperar de eso? Calamidades parecidas a las de las experiencias guerrilleras que promovió Fidel Castro en el siglo pasado en varios países de la región, con un inmenso costo humano.
Un ejemplo estremecedor de la “resistencia” fue el crimen de los esposos Luchsinger-MacKay, cometido en enero de 2013. Pues bien, Marta Matamala, presidenta de los estudiantes de la Usach, contó que ha realizado “visitas solidarias a los detenidos por el caso Luchsinger” (La Segunda, 8/04). ¡Visitas solidarias! A ese punto llega el extravío de ciertos jóvenes que se declaran de izquierda.
Queda mucho por hacer para mejorar la condición del pueblo mapuche, pero nadie puede negar los avances logrados en las últimas décadas, de lo cual es una muestra la Beca Indígena que reciben miles de estudiantes mapuches y de otras etnias. Sin embargo, eso no les interesa a los jefes insurgentes. Su afán es echarle leña al fuego y demostrar en Europa que acá hay un Estado policial y que ellos necesitan más plata.
La violencia actual se inició al comenzar la transición democrática, cuando algunos miembros de los grupos armados que actuaron contra la dictadura reemplazaron la revolución socialista por la reivindicación étnica. El paso del rodriguismo al indigenismo fue casi directo. Un rol tortuoso han jugado los académicos encargados de aportar “insumos ideológicos” al fuego purificador (sin arriesgar el pellejo, por supuesto).
Los violentistas dañan en los hechos al pueblo que dicen querer liberar. Creen ciegamente que el fin justifica los medios, como lo demuestra la quema de iglesias. Su poder se basa en la agresión y el amedrentamiento. ¡No representan al pueblo mapuche!
En este cuadro, el Estado tiene el deber de proteger eficazmente al conjunto de la población y asegurar la paz y el derecho en todo el territorio. (La Tercera)
Sergio Muñoz