Actualmente, un fenómeno político tiene expresión en diferentes latitudes. Partidos tradicionales son percibidos absolutamente desconectados de las demandas ciudadanas. Sectores de la sociedad parecen invisibles para los gobiernos y tecnócratas. Como consecuencia, plataformas o políticos populistas parecen representar mejor ese agudo malestar, obteniendo apoyo en las encuestas y contiendas electorales incluso en democracias avanzadas como Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Italia, Holanda o Austria. Algunos quizás se sientan convocados por ese movimiento anti-institucional que recorre el mundo, y crean que ese sentimiento de rechazo a las instituciones democráticas tradicionales es el camino para sintonizar con los chilenos y gobernar el país.
¿Es ese el camino que debe tomar la centroderecha para volver al poder? De ninguno modo, el populismo no solo va a contrapelo de nuestra tradición republicana como sector, sino que también es pan para hoy y hambre para mañana.
Entonces, ¿cuál debe ser el tono de nuestro discurso y el eje del relato de la centroderecha?
Los chilenos saben que la centroderecha es más eficiente y capaz en materia de gestión y administración. Los indicadores del gobierno del Presidente Piñera en materia de empleo y crecimiento, solo por mencionar algunos, expresan el punto de modo elocuente. No obstante, al mismo tiempo es necesario ofrecer un discurso convocante que dibuje un imaginario compartido, una idea de país que exceda los números o propuestas concretas de un programa (ya sabemos que la centroderecha prepara y ejecuta mejor los programas que la izquierda refundacional de hoy). Una metáfora simple ilustra lo señalado precedentemente. Si los ciudadanos fueran el público de un concierto de piano, les resultaría evidente que la centroderecha tiene virtudes técnicas muy superiores en la ejecución de una compleja pieza como lo es gobernar. Sin embargo, las piezas musicales de la centroderecha suenan demasiado cerebrales, un tanto desconectadas de la emocionalidad. El problema emerge porque al igual que la música, la política también se nutre de emociones y componentes subjetivos que no resultan inteligibles a la luz de los presupuestos, los números y las propuestas técnicas.
Un escenario ideal para estrenar nuestras ideas y un relato bien afinado se presentará con ocasión de la realización de una gran primaria para escoger a nuestro abanderado presidencial. Ahí, nuestras ideas y proyecto de gobernabilidad para el país deben quedar claramente establecidos. Por el contrario, si hacemos de la primaria un circo romano de críticas y descalificaciones eso solo dará fuerza a una alicaída izquierda.
En suma, contamos con nombres para liderar este proyecto, entre ellos nada menos que el expresidente Piñera, cuyo gobierno fue sin duda muy exitoso de acuerdo a todos los indicadores convencionales con los cuales se mide una administración. Si logramos cuajar esa notable capacidad de gestión, ya probada, con un discurso que articule nuestro ideario en función de aquellos problemas y demandas acuciantes de nuestros compatriotas, lograremos dar forma a un sólido proyecto que fusione la responsabilidad de un buen gobierno con los componentes subjetivos asociado a un imaginario compartido de país. Afortunadamente, tenemos terreno avanzado en la materia, gracias al Manifiesto Republicano ampliamente discutido estos últimos días. Construir desde esa base nos permitirá afinar el piano y darle al pianista notas que le permitan no solo demostrar que la centroderecha es la el mejor desde el punto de vista técnico, sino que también que su sector logra conectar emocionalmente con el público y a esos invisibles que se sienten dejados al lado del camino. (La Tercera)
Tomas Fuentes