Cuesta imaginar un gobierno en peor posición para negociar acuerdos que la que hoy tiene la administración del Presidente Boric. A menos de un año de haber sido electo presidente de la república, Boric ha malgastado su luna de miel, ha sido incapaz de construir una coalición mayoritaria en el Congreso y ha sumado muchas más derrotas que victorias. Para empeorar las cosas, se avecina una tormenta de proporciones en 2023. Así como están las cosas, al gobierno le conviene cerrar acuerdos lo antes posible porque, aunque tenga una débil posición para negociar, lo más probable es que las cosas más adelante vayan a ser todavía peor.
El Presidente Boric, igual que su antecesor, el Presidente Sebastián Piñera, equivocadamente interpretó su victoria en segunda vuelta como un respaldo irrestricto a su programa de gobierno y a su liderazgo político. Gabriel Boric solo obtuvo un 25,8% de la votación en la primera vuelta de 2021. Cuatro años antes, Sebastián Piñera logró un 36,6%. Ambos ganaron holgadamente en la segunda vuelta, pero sus victorias tuvieron mucho que ver con la debilidad de sus respectivos rivales. Usando la jerga política chilena, Boric y Piñera ganaron con votos prestados. La gente votó por ellos en segunda vuelta porque las alternativas le parecían todavía peores.
Leyendo las cosas equivocadamente, en 2018, Piñera emprendió una campaña para desmontar varias de las reformas que la Presidenta Michelle Bachelet impulsó en su segundo mandato. En algunos casos, bastó con retirar proyectos de ley. El ejemplo más simbólico ahí fue el retiro del proyecto de nueva constitución que Bachelet había presentado días antes de dejar el poder. En otros ámbitos, el gobierno de Piñera intentó modificar reformas que había impulsado Bachelet. La reforma tributaria que presentó buscaba revertir aspectos centrales de la reforma tributaria que promulgó Bachelet en su segundo mandato. Pero Piñera olvidó que no tenía mayoría en el Congreso. La única forma de lograr aprobar reformas era aceptando la realidad de ser un presidente minoritario. La terquedad de Piñera llevó a que su gobierno tuviera muy pocos logros en sus primeros 18 de meses de gobierno. Después vino el estallido social, cuya primera víctima fue el programa original de gobierno de Piñera.
Algo similar le ha ocurrido a Boric. Pese a ganar con votos prestados y a tener que hacer concesiones importantes en el nombramiento del gabinete, Boric no parece entender que es un presidente minoritario. Después de la aplastante derrota en el plebiscito, Boric ha enviado señales profundamente contradictorias. Por un lado, anuncia que luchará como un perro contra la delincuencia. Por el otro, acusa—sin sentencias judiciales de por medio y sin evidencia independientemente verificada—a Carabineros de cometer abusos sexuales en las semanas del estallido social. Mientras en sus giras al exterior invita a inversionistas extranjeros a venir a Chile, mantiene en su gabinete a ministros y subsecretarios que solo se dedican a sembrar dudas sobre el compromiso de Chile con la apertura a los mercados y capitales internacionales.
Boric no acepta su condición de presidente minoritario. Su coalición de gobierno ni siquiera es una coalición. Normalizar un quiebre en el oficialismo—llamándolo “dos coaliciones”—solo refleja negación de una dura y compleja realidad. Aún peor, sus dos coaliciones no tienen mayoría en el Congreso. Luego, para poder promulgar una ley, el gobierno necesita primero poner de acuerdo a las dos coaliciones y luego sumar suficientes votos de la oposición para alcanzar las mayorías requeridas. El abierto coqueteo del Partido de la Gente (6 escaños en la Cámara) y del PDC (8) con la coalición de derecha (53) y el Partido Republicano (14) permitiría la formación de una coalición mayoritaria en esa cámara (81 de los 155 escaños). Con eso, el oficialismo perdería el control de ella. Aunque ha habido renuncias de diputados a sus partidos y habrá otras, cualquier coalición mayoritaria será inestable. Pero queda claro que el oficialismo, además de nunca haber tenido mayoría en el Senado, tampoco la tiene en la Cámara.
Como la economía se viene mal en 2022, es difícil imaginar que la aprobación presidencial pueda recuperarse hasta superar el 50%. Los presidentes impopulares tienen problemas para sumar apoyos a sus prioridades en el legislativo. A medida que aumentan las demandas populares y el gobierno es incapaz de darles respuestas, aumenta también el descontento popular. Es cierto que los gobiernos de izquierda casi nunca enfrentan estallidos sociales (vale la pena discutir por qué), pero el descontento popular siempre paraliza al gobierno.
Si La Moneda está leyendo correctamente lo que se viene, entonces debe entender que mientras más se demore en cerrar acuerdos en cuestiones claves—como la reforma de pensiones, la reforma tributaria y el proceso constituyente—peor será su posición negociadora. La mala noticia es que, por la forma en que está actuando el gobierno, no hay conciencia de que su posición negociadora va a empeorar antes de que puedan volver a mejorar. Por eso, las chances de que la reforma tributaria, la reforma de pensiones y el proceso constituyente se materialicen de la forma que quiere el presidente disminuyen con cada día que pasa. Un gobierno con débil posición negociadora siempre debe ceder más de lo que puede conseguir. (El Líbero)
Patricio Navia