“La libertad- escribió Lord Acton- “no es un medio para un fin politico más elevado. Es en sí misma el fin político más elevado”. Ese debería ser el “norte polar”, como lo llamó el mismo Acton, de una derecha liberal en Chile de cara al futuro. Por su puesto la gran pregunta consiste en determinar qué es la libertad. El mismo Lord Acton la definió como la protección que debía asistir a cada hombre para “hacer lo que crea es necesario para frenar la influencia de la autoridad, de las mayorías, de la opinión y de la costumbre”. Según una formulación similar, la libertad consiste en la posibilidad de elegir un camino de acuerdo al propio juicio y de llevarlo a adelante sin ser arbitrariamente coaccionados por terceros. Esta idea de libertad es la que debería recoger una derecha moderna. Su fundamento es la autonomía personal -nadie le puede imponer a usted un curso de acción que no ha elegido- pero su florecimiento no es independiente de la cultura y de la comunidad en que usted vive.
Un liberalismo moderno no puede, por tanto, reducir la libertad a un principio puramente abstracto, pues ésta es, a fin de cuentas, una conquista cultural específica. De lo anterior se sigue que una derecha liberal no debiese adoptar posiciones dogmáticas en materias complejas. Razonadamente se puede plantear la necesidad de controlar la inmigración, de legalizar inteligentemente las drogas, de despenalizar limitadamente el aborto y de permitir la eutanasia condicionada.
Una derecha liberal no debería, en otras palabras, temer a márgenes de autonomía en cuestiones valóricas que solo afectan a los directamente involucrados sin comprometer el complejo orden social que hace posible el despliegue de esa misma autonomía. Así como el liberal debe aprender de la tradición, no debe temer al cambio. A lo que debe oponerse, siguiendo a Acton, es al poder arbitrario: el de la costumbre, el de las mayorías democráticas, el de la la opinión aceptada, el de los grupos de interés empresariales, laborales o de cualquier otro tipo y sobre todo al del Estado.
El compromiso liberal fue, desde sus orígenes, la reducción de la injerencia del Estado. El Estado -ese grupo de personas que detenta el monopolio de la violencia- al operar mediante la coacción niega la autonomía personal y socava la voluntariedad que funda la sociedad civil. Su función es fundamental pero debe consistir en delimitar esferas de responsabilidad y no en dirigirnos en nuestras acciones, pues, aunque nos alimente y nos vista como sueña el socialismo, cuando nos dice qué podemos opinar, consumir, enseñar a nuestros hijos y cuando solo nos permite conservar una fracción de los frutos de nuestro trabajo, ataca, al decir de Carl Jung, aquello que funda nuestra dignidad y nos hace únicos.
Una derecha liberal debe, por lo mismo, confiar que el progreso es generado desde abajo por el esfuerzo individual y el poder creador del espíritu humano facilitando cuidadosamente opciones a los desaventajados cuya libertad jamás debe cuestionar. No debe tampoco inclinarse ante al discurso políticamente correcto cediendo ante la perniciosa idea de que ciertas visiones deben ser sancionadas o excluidas del debate por resultar ofensivas a grupos determinados. Una liberal debe defender la libertad de expresión aunque deteste lo que oiga porque la esencia de la libertad consiste en hacer y decir cosas con las que nadie más está de acuerdo. Por último, un liberal no puede caer en un relativismo valórico que considere todo tipo de costumbres y principios como igualmente aceptables.
La libertad es un valor que debe ser defendido como “el fin politico más elevado” y eso significa que se debe estar dispuesto a reclamar la superioridad moral de un sistema legal, económico y cultural que la sustenta afirmando las tradiciones e instituciones informales que lo hacen posible. (La Tercera)
Axel Kaiser