Piñera no fue a la cuenta anual. Y la Presidenta Bachelet no lo nombró nunca. Pero el espíritu del ex presidente estuvo muy presente en Valparaíso.
De riguroso traje azul, una aliviada Bachelet anunció que dejaba un Chile «distinto y mejor» que hace tres años, cuando «los datos generales» mostraban que «todo estaba bien», pero los chilenos «sabían que la situación no daba para más». Luego vendrían referencias al Censo del 2012 y a una decena de cosas más relacionadas con Piñera, para terminar con una frase con nombre y apellido: «Quien quiera echar pie atrás a la gratuidad en la educación, le estará dando la espalda a las familias chilenas».
Es que más allá del optimismo que la encuesta Adimark había generado esa misma mañana -donde el alza de la aprobación del Gobierno y el freno del desangramiento de Guillier airearon las pocas brasas de optimismo que quedaban en el sector- a los asistentes en el plenario del Congreso no les era difícil imaginarse a Piñera arriba del estrado el próximo año.
Un día después, el CEP le puso los números a las percepciones. Y dejó entrever que Piñera -a menos que ocurran cosas muy raras- será el próximo presidente de Chile. Por una parte, duplica a un Guillier que todavía no muestra tener dotes de candidato y, por otra parte, evidencia que lo de Carolina Goic puede terminar siendo un saludo a la bandera. Beatriz Sánchez, por su parte, parece tener el techo de la extrema izquierda. ¿El resto? El resto no existe.
Pero si Piñera quiere volver a La Moneda, debe luchar contra dos problemas que se han ido apoderando de su campaña: el exceso de optimismo y la excesiva derechización.
Respecto del optimismo, muchos dan por descontado que Piñera asumirá. Ya se habla de ministerios, de embajadas, de superintendencias. Los zapatos ya están lustrados y las corbatas elegidas. Pero ello puede ser fatal. Mal que mal, las elecciones se ganan ciudad a ciudad, feria a feria y puerta a puerta.
El segundo problema es más complejo. Piñera esta vez ha hecho un trabajo mucho más de la mano de los partidos que en sus dos aventuras anteriores. Y si bien ello es una fortaleza en cuanto a la institucionalidad, es a la vez un problema en su posicionamiento. Y la razón es obvia: un sector de RN, y especialmente de la UDI, tiene posiciones que en algunos ámbitos son extremas: ultraconservadoras en lo valórico, muy dogmáticas en lo económico y demasiado temerosas en lo político.
La derechización de Piñera ha sido tolerada por el candidato bajo la vieja premisa -válida para Estados Unidos, pero cuyo ámbito no es claro para Chile- que en las primarias hay que extremar posiciones para asegurar a los propios y luego salir a buscar el voto de centro. Pero ello es un error, porque ese voto se puede ir definitivamente.
Piñera tiene dos activos que son los que debiera explotar si quiere volver a ser Presidente: La «parca roja» y la moderación.
La parca roja, símbolo de la gestión y la eficiencia -no cabe duda-, es su gran activo. La que lo hacía estar en terreno, la que sacó a los mineros, la que acabó con las colas del AUGE. Hasta ahora ha estado guardada, pero de seguro será el gran factor desde donde se instalará su candidatura: mal que mal, la propia encuesta CEP muestra que algo tan concreto como la delincuencia es, por lejos, la principal preocupación de los chilenos.
Pero la candidatura no puede estar basada solo en el cosismo. Y es ahí donde Piñera tiene otro gran activo político: la moderación. La que permitió que un sector que históricamente había votado por la Concertación cruzara la línea en 2009. La que, entre otras cosas, le permitió hacer un gobierno razonable anclado en el centro. La que le permitió hablar de los «cómplices pasivos», cerrar el penal Cordillera, subir impuestos, propiciar el acuerdo de vida en común, etc. La que hizo que los más recalcitrantes lo acusaran de no hacer un gobierno de «derecha», e incluso de ser el «quinto gobierno de la Concertación». En parte esto último fue cierto. Y en buena hora.
La derechización de Piñera exhibida en esta campaña le puede costar caro. Por una parte, disminuye su opción de ser elegido; pero, en caso de serlo, corre el riesgo de que la gobernabilidad se le haga muy compleja.
Piñera debe volver al centro. Y debe hacerlo luego. De cara a las primarias, los miembros de su sector se darán cuenta de que es el único de los tres candidatos que tiene posibilidades de ganar y que puede asegurar gobernabilidad. Y en el resto de los chilenos -después del fracaso del primer gobierno de la Nueva Mayoría-no es raro que un sector cada vez más mayoritario esté anhelando un «sexto gobierno de la Concertación». (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias