La distracción no es gratis

La distracción no es gratis

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El pasajero del asiento 14A enciende su laptop a pocos minutos del despegue. Es un vuelo de casi 8 horas en el que no habrá internet. Su mirada está fija sobre la pantalla. Sin interrupciones, durante las siguientes cinco horas no hace más que trabajar sobre un texto. Luego apaga el equipo, irradiando la satisfacción de haberse sumergido en una tarea sin distracciones, una sensación tan escasa estos días.

¿Cuándo fue la última vez que dedicó un par de sólidas horas a una sola tarea? ¿Ha calculado cuánto tiempo destina a diario a revisar su correo electrónico o redes sociales? ¿Cuánto más productivo podría haber sido en sus actividades de haber centrado su atención sin distracciones?

El costo de virar la atención por unos segundos puede parecer insignificante, pero la evidencia sugiere que la práctica tiene más efectos negativos de lo esperado. En Deep Work (Trabajo Profundo), el profesor de la Universidad de Georgetown, Cal Newport, documenta las grandes ineficiencias que generan pequeñas pero constantes distracciones en el trabajo. Su mensaje es simple: Ambientes profesionales sin distracciones son necesarios para empujar la capacidad cognitiva al límite. ¿El mecanismo? La concentración en una sola tarea fuerza al cerebro a mejorar en capacidades que no se producen bajo otras circunstancias. ¿Costo beneficio? Nadie hace dinero revisando por unos segundos las redes sociales. Por el contrario, cada granito de arena que se añade a la playa de la distracción significa un costo y su suma no es despreciable en el largo plazo.

Tal visión tiene un paralelo directo con nueva evidencia respecto del uso de tecnología en otro ámbito fundamental de nuestro desarrollo: la educación. Aunque quienes promueven el uso de computadores o tablets en la sala de clases lo nieguen, más y más estudios están mostrando impactos negativos de la práctica sobre el desempeño escolar. ¿La razón? Nuevamente la distracción. Bastan pocos instantes para afectar la atención del estudiante y, aunque creamos lo contrario, el humano no puede hacer muchas cosas bien al mismo tiempo.

La economía de nuestro cerebro está tras todo lo anterior. Para la producción de sus actividades se comparten recursos escasos, los que solo aumentan en la medida en que se invierte en ellos. De ahí que la perseverancia produzca inspiración y creatividad. De ahí que cuando pasamos de una acción a otra, incluso por unos segundos, literalmente nos llenamos la cabeza de ineficiencias. De ahí nace un importante dilema de la revolución tecnológica que enfrentamos: ¿Cuánto tiempo y dinero desperdiciamos al no invertir bien nuestro tiempo? Paradójicamente, la disciplina de desconectarse por un rato a diario puede ser la mejor estrategia para aprovechar las inmensas ventajas de estar conectados en todo momento. Haga el intento. Desconéctese de vez en cuando como el del 14A. (El Mercurio)

Sergio Urzúa

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