La consideración de la educación como bien de consumo ha generado un iracundo cuestionamiento, especialmente en ciertos sectores ideologizados del estudiantado y de la izquierda extrema, en medio del intenso debate de la reforma educacional. Se ha transformado en el símbolo de la tan criticada “mercantilización” de la educación.
Sin embargo, es conveniente tratar de precisar el contenido de este objeto de pasiones. En lo que sí hay consenso es que la educación es un bien, es decir, quien la posee disfruta de un mayor bienestar, el cual tiene diferentes beneficios, que pueden ser económicos, sociales, culturales o de otra índole. Estos frutos se pueden experimentar en forma personal o colectiva y es muy difícil separar los efectos. Solamente desde un punto de vista analítico se pueden segmentar.
Los efectos de la educación en la sociedad son variados e individualmente se van modificando con el transcurso de la vida, cumpliendo etapas.
La nueva ley de educación superior, que está terminando su examen por el Tribunal Constitucional, en su artículo 1 dice que “cumple un rol social que tiene por finalidad la generación y desarrollo del conocimiento, sus aplicaciones, el cultivo de las ciencias, la tecnología, las artes y las humanidades; así como también la vinculación con la comunidad a través de la difusión, valorización y transmisión del conocimiento, además del fomento de la cultura en sus diversas manifestaciones, con el objeto de aportar al desarrollo sustentable, al progreso social, cultural, científico, tecnológico de las regiones, del país y de la comunidad internacional”. Es decir, variados objetivos.
La mirada económica considera que la educación es un bien de consumo durable, es decir, puede otorgar beneficios en el presente y en un período prolongado de tiempo. A diferencia de los bienes materiales, que por lo general se consumen de inmediato, la educación es un servicio de uso variable en el tiempo, que habitualmente se utiliza en períodos prolongados y continuos, tal como sucede con otros bienes materiales como son la habitación o los automóviles.
En definitiva, es un bien de capital humano, que como tal puede crecer en el tiempo a través de la especialización en el trabajo o el adiestramiento que otorgan los grados superiores de enseñanza o los diplomados; pero también puede disminuir a consecuencia de la obsolescencia, cada vez más aguda a causa del cambio tecnológico. En definitiva, quien se educa actúa como un consumidor; quien entrega ese servicio está al otro lado de la mesa, son los productores, tanto las entidades de enseñanza como el Estado.
Sin embargo, no es solo un bien de consumo, también es un bien social, en el sentido de que los beneficios de la educación no solo favorecen a quien posee el activo personal, sino a toda la comunidad en la interacción continua entre los ciudadanos. Muchos de estos efectos sobre el resto de la población pueden ser difusos y difíciles de medir, pero pueden ser de gran magnitud, como es el caso de la cohesión social que entrega la vida estudiantil en el proceso de enseñanza y la igualdad experimentada en la convivencia escolar. Este aporte es generado por las externalidades positivas, cuando quien recibe una mejor enseñanza o capacitación la traspasa en parte a otros miembros de la sociedad.
También el artículo 1 de la nueva ley establece que “asimismo, la educación superior busca la formación integral y ética de las personas”.
Algo similar ocurre con la cultura, desde el momento que la educación es un bien cuyos beneficios son recibidos por grupos amplios de la sociedad, no se disfrutan en forma solitaria. Nicanor Parra (“Los Profesores”, 1971) señalaba esta variedad.
En síntesis, la educación siendo un proceso complejo en todos sus niveles y especialidades, es un bien que tiene diversas manifestaciones y aportes al bienestar personal y social, y, como tal, puede ser examinado desde diferentes puntos de vista, como los del consumo, de su contribución social, cultural y ética. Una mirada parcial solo refleja el grado de alienación que sufren algunos sectores. (DF)
Andrés Sanfuentes