La visita de Jair Bolsonaro ha permitido plantear un problema de la máxima importancia: el valor de la democracia.
Se ha oído por estos días que la negativa del presidente del Senado a asistir a un almuerzo con el Presidente de Brasil no solo fue un desaire a este último, sino al propio pueblo brasilero y a la democracia de ese país. Después de todo, y como el propio Bolsonaro se encargó de recordarlo, él fue electo con una impresionante cantidad de votos. ¿Acaso eso no le da credenciales suficientes para que sea digno de respeto y tratado con deferencia, especialmente durante una visita oficial? ¿No abandonó entonces el presidente del Senado sus deberes e hizo un mohín de desprecio a la democracia al negarse a ese almuerzo?Todos esos reproches descansan en una sola idea: la de que la voluntad de la mayoría confiere un valor de especial importancia a quienes logran ganársela para sí.
Pero a poco de reflexionar se comprende que lo anterior es un error de grandes proporciones. Es evidente que el número de personas que adhieren a un determinado punto de vista no es una garantía ni de su verdad, ni de su corrección, ni de su moralidad. Del hecho que el 99% de una determinada audiencia adscriba a una opinión, no transforma a esta opinión en irrefutable. En pocas palabras, el número de personas que manifiestan adherir a un punto de vista no es un criterio de verdad o valor de este último (un filósofo diría que la mayoría no es un criterio epistémico).
Así entonces que Bolsonaro tenga de su lado a la mayoría no es un título que le confiera un valor intrínseco o final.
Por el contrario, todos saben que Bolsonaro es un sujeto que ha tejido con los peores prejuicios -sexistas, racistas, religiosos y con simplismos de una ignorancia rampante- un discurso con el que ha imantado a las mayorías. Y ninguno de esos prejuicios, que suelen ser la semilla del maltrato y el autoritarismo, dejó de serlo porque la mayoría decidió votar por él. Creer lo contrario, pensar que porque dispuso de la voluntad de la mayoría Bolsonaro como figura política, y sus opiniones, son dignas de respeto y dejaron de ser lo que eran, es simplemente absurdo, equivale a transformar a la democracia en una coartada para cualquier cosa (en esto debió pensar Borges cuando dijo que la democracia era una superstición estadística).
(Y, por supuesto, de nada vale que ahora Bolsonaro diga que él no es ni xenófobo, ni racista a pesar de sus dichos. Porque, ¿qué otra cosa es un político sino la suma de lo que ha dicho y hecho?).
Pero si la democracia no deriva su valor de la mera mayoría, ¿por qué entonces debe preferírsela frente a otras formas de gobierno?
El valor de la democracia depende de los supuestos sobre los que reposa el debate que ella hace posible y uno de cuyos resultados, solo uno, es la construcción de la voluntad de la mayoría.
Esos supuestos son el reconocimiento de la más estricta igualdad entre todos los miembros de la comunidad política sin consideración a la etnia, el sexo, el género, las preferencias sexuales o los hábitos de consumo. El igual respeto y consideración a todos es el primer supuesto del debate democrático. Y se suma a él la creencia de que cada ser humano está provisto de dignidad, motivo por el cual no se le puede sacrificar, ni aun si se probara que con ello la mayoría estaría mejor (por eso no es aceptable poner al 10% de los ciudadanos en la esclavitud y al servicio del 90% restante a pesar de que esto mejoraría la suma del bienestar).
Pues bien, ocurre que Bolsonaro con su discurso cuartelero, sus desplantes y sus simplismos prejuiciosos, que han herido a gays, mujeres y minorías, se ha esmerado en desmentir todos y cada uno de esos supuestos sobre los que descansa el valor de la democracia y de la mayoría que a su través se forma. Y al hacerlo ha establecido, de manera elocuente, una contradicción entre los enunciados que su discurso profiere y las condiciones que hacen posible la vida democrática (los filósofos llaman a ese tipo de inconsistencia contradicción performativa). Siendo así, ¿cómo podría él -o quienes lo defienden- esgrimir la democracia como una razón para que se le respete y se le trate con deferencia?
Creer, en suma, que basta haberse ganado la adhesión de la mayoría para esgrimir la democracia como título, sin atender a los supuestos cuyo cuidado la hace posible y valiosa, es una falacia que bien podría ser llamada la falacia Bolsonaro.
Es -hay que reconocerlo- la misma falacia en la que tantas veces se incurre en Chile cuando se esgrime a las asambleas como título para justificar cualquier comportamiento o cualquier opinión, con el argumento de que es la democracia la que lo decidió. (El Mercurio)
Carlos Peña