La izquierda y la derecha unidas…

La izquierda y la derecha unidas…

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Los lectores de este espacio saben perfectamente que nunca me he tragado aquello de la muerte de las ideologías. Tampoco lo he hecho con el cacareado colapso de la díada izquierda/derecha para explicar las posiciones políticas que tienen tanto los individuos como los partidos que ellos forman. Si por ideología se entiende un conjunto coherente y sistemático de ideas acerca del mejor tipo de sociedad que podríamos alcanzar y de los medios adecuados para lograrlo, ¿cómo podrían morir las ideologías? Lo que pasa es que cuando una ideología va ganando la partida -por ejemplo, hoy, el neoliberalismo-, nada puede resultar más tentador para sus partidarios que decretar el término del juego y mandar a los equipos a camarines y a los espectadores a sus casas. Fin no solo del partido, sino del campeonato, e incluso de la historia, según llegó a proclamar Francis Fukuyama, aunque a poco andar tuvo que anular el prematuro certificado de defunción que había extendido para los enfrentamientos ideológicos del mundo contemporáneo.

La palabra «ideología» tiene también otro uso, esta vez negativo y hoy a la orden del día: el de un conjunto de ideas que distorsionan la realidad a favor de aquel que sostiene un determinado punto de vista que quiere imponer a los demás. Este uso es el que explica que la palabra en cuestión se haya transformado en un arma arrojadiza que lanzar a la cara de quienes piensan simplemente de manera diferente a la nuestra. Un empleo bastante abusivo del término, puesto que «ideología» pasa a ser el error en que viven los demás, mientras uno permanece instalado en una verdad tan luminosa como irrebatible

En cuanto a derecha/izquierda, ¿a qué insistir en que los mismos que declaran jubilada esa díada, es decir, que dan valor cero a cada uno de sus términos, no vacilan en declararse luego de centroderecha, o bien de centroizquierda, lo cual, en caso de que ese valor fuera correcto, es lo mismo que decir centro cero, es decir, centro nada?

También es raro que los mismos que dan por agotada la díada hablen constantemente de renovación de la derecha, como también de renovación de la izquierda, lo cual equivaldría, en uno y otro caso, a renovar algo que no existe, algo ya desaparecido y que solo vive en la imaginación afiebrada de algunos ideólogos. Tan divertidos como los anteriores resultan aquellos que dan también por muerta la díada y se declaran de centro, simplemente de centro, un punto que solo puede tener sentido por referencia a dos posiciones equidistantes que no pueden ser sino la izquierda y la derecha. Pero ya sabemos que la apelación al centro no es más que una estrategia para captar votos e inducir la idea de que el centro es la mesura y la derecha y la izquierda dos peligrosos extremos, en circunstancias de que los extremos son otros: la extrema derecha y la extrema izquierda.

Hay en Chile en curso una renovación de la derecha que encarna en un puñado de jóvenes intelectuales y políticos del sector que por ahora son solo una impresionante minoría. Pero allí están y a lo que apuntan es a una derecha menos derecha, es decir, a una derecha que se aleje un tanto de la más tradicional, esa cuyos valores principalísimos han sido siempre la propiedad y el orden, por mucho que a ella le guste presumir que lo es la libertad. Hay también una renovación de la izquierda, igualmente impulsada por jóvenes políticos e intelectuales, pero que apunta no a menos izquierda, sino a más izquierda, en el entendido de que nuestra izquierda tradicional se habría licuado en tibia socialdemocracia.

Como se ve, el fenómeno es interesante: por un lado el brote de una nueva derecha menos a la derecha y, por el otro, el de una izquierda más a la izquierda que la que hemos conocido en las últimas décadas. Perfecta asimetría, en consecuencia, de dos fenómenos que molestan tanto a la derecha como a la izquierda tradicionales: a la derecha porque lo ven como una renuncia a las ideas y valores del sector (incluida la dictadura militar), y a la izquierda porque lo consideran nostálgico de un radicalismo ingenuo por el que antaño se pagaron costos muy altos.

Si así son las cosas, estamos muy lejos de hacer realidad el burlón artefacto de Parra.

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