La metamorfosis de Dávalos

La metamorfosis de Dávalos

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Sus audífonos con diseño Paul Frank transmitiendo metal desde su I-Pod, estarán colgados. Porque hasta la música –uno de sus placeres imprescindibles– ha tomado otro ritmo en estos últimos meses. Lo cotidiano ya no lo es tanto. Los domingos de almuerzo con su mamá, Michelle Bachelet, cuando él esperaba la especialidad –ostiones a la parmesana–, ya no son sagrados. Ni siquiera celebró Año Nuevo en Cerro Castillo con su familia materna; una tradición. Bachelet llegó volando en helicóptero solo con su hija Sofía y su mamá, Ángela Jeria. A la fiesta se sumaron otros ministros de Estado, pero –como estaba previsto– Dávalos nunca llegó.

Aunque desde fuera se ve como si intentara respirar en medio de una avalancha, Dávalos se mantiene de pie. El caso Caval no ha logrado botarlo. “De alguna forma tiene más herramientas para enfrentar una situación mediática así. De seguro si eso le pasara a otra persona, caería en una profunda depresión. Él, no”, cuenta Erika Silva, ex jefa de Gabinete de Dávalos.

Desde que estalló el caso Caval, lo que más ha cuidado la familia Dávalos-Compagnon es que la sobreexposición no afecte a sus hijos. Los tiempos de ambos han estado centrados también en la defensa de Natalia, sobre todo porque el abogado querellante, Mario Zumelzu –jurista amigo de Evelyn Matthei, que ha saltado con ella al vacío en un par de querellas–, pedirá prisión preventiva para la nuera de Bachelet.

Aunque la formalización es en contra de Compagnon, la acusación que ha caído más pesada sobre Dávalos es “tráfico de influencias”.

A fines de abril del año pasado, cuando el fiscal Luis Toledo le preguntó a Dávalos sobre la reunión con Andrónico Luksic en la que él estuvo presente –el 6 de noviembre de 2013– y que buscaba destrabar el crédito –que finalmente le dieron a Caval para comprar tres terrenos en Machalí–, Dávalos respondió: “Puedo decir que yo acompañé a Natalia porque Mauricio (Valero) no pudo ir, supongo que pasaba por problemas personales muy serios. Por lo que yo escuché en la reunión, ésta se hizo porque estaba estancado el proceso del préstamo o del crédito”.

Erika Silva tiene algunas certezas sobre Dávalos: “En lo cotidiano es tímido, sabe que es ‘el hijo de’ y eso lo hace saber que siempre es observado”. Sin embargo, esta no es una opinión transversal en el círculo cercano de Dávalos. Declaraciones como las de la reunión con Luksic, demuestran que hay un nivel de “inconsciencia o ingenuidad” en su defensa. También una lápida: “Él entendió casi al final que era hijo de Bachelet y que cada cosa que hacía era una señal”.

No lo aprendió tampoco cuando su amor por el lujo se convirtió en una luz roja para La Moneda, mucho antes que estallara el caso Caval. En diciembre de 2012, mientras muchos medios esperaban en la casa de Bachelet, en calle Julia Bernstein, en la Reina Alta, alguna declaración sobre un eventual regreso a Chile de la entonces ex Mandataria –entonces directora de ONU mujeres en New York–, Dávalos arribó en un Lexus New IS 250, negro, con sillones blancos, avaluado en más de $27 millones. Los periodistas se sorprendieron.

En marzo de 2014, cuando Dávalos llegó a hacerse cargo de la Dirección Sociocultural de la Presidencia, la resignación fue solo monitorear sus pasos. En el círculo de Bachelet también surgieron suspicacias respecto a qué intenciones tenía Dávalos para asumir el cargo, para el que él mismo se ofreció.

En una entrevista en El Mercurio, el 16 de marzo de 2014, la Mandataria contó que el matrimonio Dávalos-Compagnon habló con ella para hacerle este ofrecimiento: él trabajaría ad honórem y Natalia sería la proveedora. Con esto, su hijo y su nuera buscaban “acompañarla y darle su apoyo”, comentó Bachelet en ese momento.

Aunque en el círculo de Dávalos hay quienes pensaban que después de este cargo sus ojos podrían mirar algún puesto en un organismo internacional, hay quienes también señalan que entre sus deseos –si bien nunca fueron una acción concreta– estaba ser diputado. “Alguna vez lo dejó entrever, pero más como un deseo. No tenía un plan para eso”, comentan.

LA JEFA

El año 2007 –mucho antes de la avalancha– armado de una polera, un par de anillos en los dedos, aros y zapatillas, decía en una revista que prefería dedicarse a su trabajo, porque era mucho “más difícil demostrar que uno es capaz si tienes una mamá que es Presidenta. Esa es la razón principal. Además, me cargan las cámaras, la figuración personal, verme en revistas”.

La figura de Bachelet-Presidenta ha sido una sombra espesa para Dávalos.

“Nos cuesta creer que él haya usado el nombre de su mamá para conseguir cosas, porque nunca fue su estilo”, comenta uno de sus amigos de juventud. Entre las anécdotas está incluso que un día, en la primera administración de su madre, un amigo al que conocía hace pocos meses fue a golpear la puerta de su casa y le abrió la Presidenta, que estaba cocinando. El visitante quedó boquiabierto y hasta hoy cuenta la anécdota entre risas. Dávalos jamás le había dicho que Bachelet era su mamá.

“Es raro que él haya usado su parentesco con Bachelet para pedir un préstamo. Pienso que fue su esposa o su socio”, señala un cercano.

La relación de Dávalos con Bachelet se ha ido hilando con más cercanía en los últimos años. Después de abandonar Leipzig, Alemania, con su hijo de ocho meses en brazos, Bachelet llegó a Chile a reconstruirse como ex exiliada, profesional y sin padre. Y en los años escolares eligió para Sebastián un colegio donde otros tuvieran experiencias similares.

El curso de Sebastián, en el Colegio Rubén Darío, próximo a Plaza Egaña, era un lugar perfecto. Solo un nivel, 20 niños por curso. Quedaba cerca de la casa de La Florida, donde la Michelle Bachelet vivía con sus hijos Sebastián y Francisca. Además, en él se concentraba el ala más herida de la dictadura: “Ahí estudiaba la hija de Ricardo Núñez. Venían exiliados de todas partes… Mozambique, Bulgaria, Nicaragua, Argentina, Suecia. Ese era el curso, bien diverso”, relata uno de los compañeros de Sebastián.

En ese mismo colegio también estudiaba el hijo de Carlos Lorca, médico y diputado del Partido Socialista, detenido desaparecido y figura emblemática del PS. En el libro Bachelet, la historia no oficial, de Javier Ortega y Andrea Insunza, los periodistas cuentan que el segundo nombre de Dávalos –que en realidad es Jorge Sebastián Alberto– también está ligado a Lorca. Alberto es por el padre de la Presidenta; Sebastián, en homenaje al dirigente socialista que usaba esa “chapa” en la clandestinidad.

Foto Davalos Ruben DarioEn su época escolar, en el Colegio Rubén Darío, los compañeros de Sebastián Dávalos no lo recuerdan hablando de política sino de fútbol. Siempre de fútbol. Acá, con gorro negro, aparece junto a algunos de sus compañeros de pichanga.

Pese a que todos, de vez en cuando, veían a Michelle Bachelet y a Sebastián llegar juntos por las mañanas al colegio –entonces para todos solo era una doctora tapada de turnos y candidata a nada–, también muchos tenían claro que ahí había una distancia que resultaba del trabajólico regreso de Michelle al país.

“Al principio la veíamos llegar en un Lada, después en un Daewoo. No había lujos, pero veíamos que producto del mismo trabajo, era su abuela Ángela Jeria quien lo apañaba más”, cuentan algunos de sus compañeros de curso.

Michelle Bachelet, a pesar de su formación rígida-amorosa inculcada por su papá militar, siempre fue más relajada con sus hijos, como relató en una entrevista con revista Paula, cuando era ministra de Defensa. Los permisos se alargaban hasta las tres de la mañana. Y no se escandalizó cuando Sebastián llegó con 20 aros en cada oreja y se dejó crecer el pelo más abajo de los hombros. En la entrevista se definía como extremadamente trabajólica, una actitud que “puede que no sea sana”, contaba. “A veces, digo en broma que me haría bien sicopatizarme un poquito y ser capaz de cancelar una reunión y quedarme en la casa. Pero no puedo. Nunca he faltado al trabajo. Ni un solo día. Quizás alguna vez por la enfermedad de un hijo, me he ido más temprano, pero parece que ninguno se ha enfermado desde que soy ministra”.

En la Enseñanza Media, Dávalos se cambió a Gerónimo de Alderete con Vespucio, a la casa de su abuela. El recorrido hasta el colegio era en radiotaxi. Su abuela se convirtió en su pilar. De hecho, muchos años después y en medio de la segunda campaña presidencial de Bachelet, una vez empujó con ira a un camarógrafo que lo seguía a él y a su familia. No le perdonó que pasara a llevar a Ángela Jeria. Ella es su debilidad. Y la debilidad de ella es Sebastián.

foto Davalos y Angela JeriaDurante la Enseñanza Media, Ángela Jeria se convirtió en el pilar de Dávalos. Ella es su debilidad. Y la debilidad de ella es Sebastián.

En los 90, el adolescente Sebastián inhalaba el principio rector de la familia: la figura del abuelo Alberto. En casa de su abuela había fotos, condecoraciones, estaba impregnado el sentido de probidad y lealtad. Él empezaba de a poco a sentir que por esos principios había que transitar, aunque aún no hablaba de política. Mientras algunos de sus compañeros tenían largas charlas sobre el Gobierno, los partidos y el poder, sus máximos placeres eran la música –la banda de metal que armó en 8° Básico– y el fútbol.

EL HINCHA

Para quienes estudiaron en el Rubén Darío en los años 90, Sebastián Dávalos es sinónimo de fútbol. Ferviente hincha cruzado, tuvo que elegir un club para practicar y –para su desgracia– fue la Universidad de Chile, porque le quedaba más cerca de la casa. Así fue creciendo en sus habilidades de arquero, aunque era corto de vista. “También son recordadas sus pataletas cuando se le pasaba algún gol. Gritaba, se enojaba, se enfurecía. En el fútbol, la competencia lo cegaba”, cuenta un compañero de pichanga. Siempre quería ganar, pero como además era simpático, alegre, bueno para poner sobrenombres –el de “galán rural” a Peñailillo es solo un ejemplo– sus compañeros disfrutaban el espectáculo con risas.

En 1990, cuando el país entraba tímido a la democracia, la pelota también estaba en su horizonte. Ese invierno fue el precursor de las reuniones para ver el Mundial Italia 90. Fue uno de los primeros en pedir permiso para montar un televisor en el colegio y no perderse los partidos. “Era como de la generación ‘no estoy ni ahí’. Él y la pelota eran la misma cosa en ese tiempo. Muy fanático de la UC. En un colegio donde todos éramos del Colo o de la U, se hacía notar”, recuerda otro de sus compañeros.

Ante los ojos de quienes lo conocieron, Dávalos se fue metamorfoseando, pero sin perder el humor y la ironía, una cualidad que no deja indiferente a nadie. Hasta hace poco mantenía un grupo de WhatsApp con sus amigos más cercanos, que hacía alusión al sobrepeso de sus integrantes. Hay quienes lo vieron sonreír –y no poco– cada vez que el ex ministro del Interior Rodrigo Peñailillo aparecía como metrosexual en algunas entrevistas. Era un síntoma de la fobia mutua que comparten hasta ahora y que incluso –y en desconocimiento de La Moneda– lo hizo decir en una declaración judicial que, con Caval, “Peñailillo buscaba bajar el perfil al caso SQM”.

Quienes lo conocen dicen que fue mientras estudiaba Ciencias Políticas en la Universidad Central que su interés por la política se hizo más evidente. “Combinaba eso con algunas aficiones, como su gusto por los autos de lujo y el paintball. Además, ingresó a la Masonería, como su abuelo. De hecho, en alguna ocasión más política de su madre, apareció con humita”, cuenta un estudiante que lo conoció en esos años.

Después que estalló el caso Caval, su participación en la Masonería fue ampliamente discutida al interior de la Logia. La reflexión interna era que no podían exponerse a dos juicios de probidad: lo vivido por la Universidad de la República –ligada a la Masonería y cuya quiebra afectó a académicos y estudiantes hace casi 10 años– y la vinculación de Dávalos con el caso Caval.

Junto con interesarse más en la política y tener un acercamiento con las Juventudes del PS, fue también en la Universidad Central donde conoció a Natalia Compagnon. “Eran inseparables y en algunas ocasiones como estudiante, la ‘Nato’ también lo acompañaba a las reuniones con sus amigos al Tejazo, un bar de piscolas grandes y baratas en Vespucio con Bilbao”, recuerdan sus amigos.

A nadie le parecía raro que fueran tan unidos. Muchos de sus amigos de juventud lo recuerdan con pololas eternas y relaciones que se convertían en parte de sus pilares.

Ahora, en el vórtice del huracán, son muchos los que lo recuerdan alegre, pero siempre zafando de la sombra gigante de su mamá. Ya no juega fútbol con la misma pasión que lo hacía hace una década y su amor cruzado ha cedido espacio a las preocupaciones judiciales que lo envuelven.

Erika Silva lo resume así: “Obviamente todo esto ha sido duro, pues no ha sido solo un juicio en los tribunales, también ha sido un juicio mediático. Se han dicho cosas absurdas y se difunden como si nada”.

Hoy Sebastián Dávalos está concentrado en el viernes 29 de enero. En la formalización de su esposa y a la espera de oír los alegatos donde se pedirá la prisión preventiva de Compagnon. Una década atrás, quizás habría estado celebrando la reciente goleada de la UC sobre Unión La Calera.

Pero esos, eran otros tiempos.

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