Esta semana se ha estado hablando del potencial retorno de Michelle Bachelet como carta presidenciable del mundo de las izquierdas. Frente a la idea, la oposición ha “dado vueltas en círculos”, tal vez por el trauma que su nombre significa. Pero lo cierto es que el hecho de que el nombre de la dos veces presidenta vuelva a sonar evidencia que no hay nadie más. Que, frente a la clara inoperancia y estancamiento del actual gobierno, tienen que volver a “la tía del jardín” para ordenar la sala de clases.
El trauma de la oposición no es infundado. No se trata simplemente de que la expresidenta les caiga mal o algo por el estilo. De hecho, el gran activo de Michelle Bachelet es su carisma, es simpática y parece honesta. Pero eso no es suficiente, ya que nunca hay que olvidar que “por sus actos los conoceréis”. No es una “buena madrecita”, es una radical refundacional. Ataca usando su simpatía, pero avanza sin tranzar. Su primer gobierno pareció venial (2006- 2010). Era aún un tiempo calmo de consenso. El modelo económico y el compromiso democrático eran un “piso” por todos aceptado. Pero ya en su segundo gobierno (2014 – 2018), todo cambió. “Los Vientos Bolivarianos” y el nuevo socialismo para el siglo XXI, desde el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, alentaron a muchos a mostrar su verdadero ser. El llamado era a la “transformación” de la región. Se presentaba al “neoliberalismo” como “origen de todos los males” y el eje del discurso era la igualdad. El trabajo cultural realizado por muchos años, comenzó a dar frutos. Para derribar el modelo había que hacerlo fallar. Es en este ámbito, que no es exagerado pensar que la Reforma Tributaria impulsada por la presidenta Bachelet, más que buscar aumentar la recaudación, buscaba producir menos y ralentizar la economía. Fue ella la que destruyó el consenso establecido y frenó la economía con sus malas políticas, lo que permitió las condiciones para una “potencial” revolución. “Los hijos” de la “madre de Chile” son los “jóvenes perpetuos” del Frente Amplio. Ella creó el “pasto seco” para que “los niños” lo incendiaran. El 18 de octubre de 2019 no es casual. No hay revolución posible sin descontento.
Es ella la responsable de la destrucción de la educación pública y subvencionada. Sus reformas eliminaron el mérito y dejaron fuera a los padres. Incorporó la “tómbola” para igualar y en nombre de la Justicia fue inconmensurablemente injusta. Sin esfuerzo en la ecuación, le metió pura mediocridad al sistema. En nombre de la libre expresión se minó la autoridad en los establecimientos escolares, a lo que se suma el deliberado adoctrinamiento que permitió que aflorara la violencia. En el nombre de la inclusión, excluyó a la mayoría. Con tal de estatizar y controlar, demonizó el lucro para atacar en forma directa el sistema de colegios subvencionados. Llamaron a los dueños, “sostenedores”, convirtiéndolos en administradores de recursos estatales en sus propios proyectos. Fue limitando la autonomía y con leyes que “suenan bien”, fue interviniendo cada vez más hasta ahogar los proyectos de esfuerzo, sin importar si eran buenos o malos. Llenos de consignas de anti-municipalización y otras, crearon los desastrosos SLEP. Nunca les importó la calidad ni el real aprendizaje. Los niños no estuvieron primero y la educación en Chile retrocedió como nunca. ¿Colateral no deseado? Lo cierto es que no, idea buscada. Mientras más ignorantes sean, más manipulables, serviles a la política refundacional.
Todo esto iba de la mano de los llamados “cabildos” que pretendían instalar la idea de que en Chile todo se arreglaba con una nueva constitución. Bachelet creó la tormenta perfecta. Literalmente destruyó el país, no sólo en su economía, sino que en su convivencia cívica. La ideologización en los colegios, en la cultura y en las comunicaciones actuaron tal cual como Gramsci auguraba. Afectaron “las supraestructuras” y presionaron para atacar su objetivo: “la infraestructura”, el modelo económico. Para eso había que minar la autoridad y penetrar las instituciones. Esta siembra germinó en octubre de 2019, se exigió nueva constitución y se quiso refundar el país. Pero Chile entonces despertó y rechazó el “plurimamarracho” que Bachelet definía como “cercano a su sueño”. Luego, el segundo intento también fracasó. Chile ratificó su institucionalidad, pero su economía se dañó y la educación dejó todo que desear. Nadie está mejor y la gran causante de todo es Bachelet.
Veremos si realmente Chile despertó, porque ciertamente si la llevan nuevamente, quiere decir que son literales “Walking dead” (muertos vivientes). El marxismo cultural penetró tanto que impide ver la luz en pleno día. Nadie está mejor, todos estamos peor. Todo era un engaño que puede seguir engañando. Lo único verdadero y honesto que ella misma dijo es que “cada día puede ser peor”, con ella seguro. La “comandante Claudia” ha sido siempre una radical, no la compre por inocente, de eso no tiene nada. Le están poniendo la misma piedra para tropezar, no se deje engañar. (La Tercera)
Magdalena Merbilháa