Nuestra República fue fundada sobre la base de ideas que podríamos definir como una combinación, por una parte, de pensamiento conservador de origen anglosajón y de liberalismo clásico, por otra, conformando una tradición que se ha mantenido, en lo fundamental, a través de nuestra historia constitucional.
El pensamiento conservador de intelectuales y políticos chilenos del siglo XIX no fue reaccionario ni monárquico, no aspiraba a la restauración del antiguo régimen, sino a la construcción de una República. Abogó por la libertad dentro de un marco de respeto al Estado de Derecho, al orden y la ley, y fue partidario del cambio a través de reformas graduales y no de la revolución.
Los autores de la Constitución de 1833, cuyos principios fundamentales nos han acompañado en nuestro desarrollo institucional, salvo situaciones excepcionales, creyeron en una democracia representativa, en la igualdad ante la ley y en el imperio de las libertades civiles, aunque ellas fueran, en la práctica, a veces limitadas si el orden era amenazado, por cuanto, como dijera Andrés Bello, la verdadera libertad era la “sumisión disciplinada a la ley”.
El liberalismo clásico, por su parte, es una filosofía limitada respecto a sus objetivos, modesta en sus aspiraciones metafísicas y reacia a las utopías, incluso a las libertarias. En esencia, es una teoría del gobierno limitado en sus prerrogativas a través de una serie de equilibrios y contrapesos, y de derechos individuales garantizados.
Desde esta perspectiva, la Nueva Derecha (que algunos clasifican de la extrema derecha) que emerge en la actualidad en varias partes del mundo, incluidos los Estados Unidos, en nuestra vecina Argentina y que se asoma en nuestro propio país, es la negación misma de nuestra tradición constitucional y de su ética y estética.
En primer lugar, es una construcción que se basa en una teoría del conocimiento muy diferente a aquella que subyace al orden liberal. Esta rechaza la posibilidad de una verdad última e inamovible en materias de las ciencias sociales e incluso naturales. Ello, porque nuestro conocimiento en estos ámbitos es conjetural y, por ende, modificable a la luz de nuevas evidencias o preguntas. Esto conduce a un rechazo al dogmatismo, a la aceptación de la legitimidad de la diversidad en los objetivos que los seres humanos perseguimos y en los medios disponibles para alcanzarlos y, en consecuencia, a una humildad intelectual para reconocer las limitaciones en nuestra capacidad para percibir, en la mayoría de los campos, verdades únicas e incuestionables. Como consecuencia lógica de lo anterior, lleva también a una modestia para imponer a otros, a través del Estado, determinados caminos, en formas autoritarias e incluso vulnerando principios tan fundamentales como la separación de poderes y el imperio de la ley.
Esta Nueva Derecha, además, parece ir siempre acompañada de una retórica simplista que descalifica a la disidencia y es a veces violenta y agresiva. Más que la evolución gradual, abraza religiosamente los cambios radicales e intenta una reconstrucción del orden imperante a partir de una idea única acerca de la política, la economía y el orden internacional. (El Mercurio)
Lucía Santa Cruz