«Lo que menos importa es si algún día la DC y el PC van a lograr resolver sus conflictos. Ellos, nosotros… todos sabemos que no lo harán por cuenta propia, sino que las candidaturas Lagos y Enríquez-Ominami se encargarán de separar sus aguas, hasta que el poder los vuelva a juntar, en quizás cuántos años más»…
Lo que menos importa es si algún día la DC y el PC van a lograr resolver sus conflictos. Ellos, nosotros… todos sabemos que no lo harán por cuenta propia, sino que las candidaturas Lagos y Enríquez-Ominami se encargarán de separar sus aguas, hasta que el poder los vuelva a juntar, en quizás cuántos años más.
Tampoco resulta de primera importancia especular si algún día próximo el PDC se fraccionará formalmente, porque desde su último trauma -1971- se acostumbró a funcionar internamente como una casa dividida contra sí, aunque los pocos que todavía conocen las Escrituras en ese partido (los cristianos que ahí quedan) sepan que la sentencia es clara: en esas condiciones, no subsistirá.
Entonces, ¿queda algo que sea de auténtico interés en esta repetida y tediosa vida democratacristiana?
Sí, por cierto: es el espacio grande que hace décadas viene dejando vacío la DC, en la medida en que se ha ido atando a una izquierda socialista y manifiesta su deseo de que así siga sucediendo, por su alianza con el PS en las municipales próximas y con el socialismo laguista en las presidenciales siguientes. Ese espacio se llama socialcristianismo y hoy no tiene dueño, no tiene RUT, no está inscrito, no tiene ni timbre ni domicilio conocido. En el PDC son conscientes de la carencia de un empuje coordinado que les permita a otras fuerzas tomar las banderas falangistas que hoy tienen la flecha doblada a siniestra y las barras que la cruzan arrumbadas en la pared de la izquierda.
Pero esa situación perfectamente podría cambiar si quienes han ido revitalizando el pensamiento socialcristiano logran articularse adecuadamente.
Ante todo, si presentan una candidatura presidencial en primera vuelta: Ossandón, quien se ha definido ya como socialcristiano, lo ha dicho claramente: el electorado DC ya votó por él y cree que volverá a hacerlo. Y obviamente Ignacio Walker se conmovió, porque sabe que es verdad. De Ossandón depende jugar esa carta, jugarla bien.
En segundo lugar, si las diversas fuerzas juveniles que han ido constituyendo movimientos y ONGs se animan de una vez por todas a pasar al plano partidista y electoral, pero sin entrar a formar parte del referente que hoy se intenta reformular desde la vieja Alianza, sino lanzándose a la aventura por cuenta propia: sería una lectura muy adecuada de las aspiraciones que tienen tantos ciudadanos que buscan sin encontrar. Y, qué duda cabe, esos jóvenes contarían con el apoyo de intelectuales reconocidamente socialcristianos y con importantes hombres de emprendimiento que hace muchos años promueven un modelo de empresariado socialmente comprometido.
¿No es justamente esa la razón -una buena razón- que análogamente han encontrado gran parte de los liberales para armar su propia coalición, superando por ahora su natural tendencia a la disgregación y ofreciéndose como alternativa de creciente claridad en la centroderecha?
Quizás un flamante partido socialcristiano -llamado Nueva Falange, por ejemplo- lograría atraer además a importantes militantes de base de la actual DC, gente que vive hoy como de allegada y que quisiera habitar en casa propia. Ya hubo unos Carmona y unos Thayer que comprendieron 40 años atrás que había que intentar nuevas formas institucionales para el socialcristianismo. Ciertamente la necesidad próxima de reafiliar a los militantes les facilitaría a tantos el cruce de la calle, de modo discreto pero efectivo.
Si así sucediera, y como de rebote, se produciría otro efecto también muy sano: por fin la DC podría decir, con todas sus letras y genuinamente, que es un partido de izquierda. Tal vez eso la salvaría de la extinción.