La pobreza del diputado

La pobreza del diputado

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El encendido discurso del diputado Winter relativo a las multas para quienes no vayan a votar —la ley que las configura es, en su opinión, una ley antipobres— merece algún análisis por lo que revela del grupo político o generacional al que él pertenece.

Se trata del espíritu redentor que lo invade.

Puede llamarse espíritu redentor a la convicción según la cual hay una parte de la población (los pobres, en opinión del diputado) que es objeto de maltrato, de manipulación o de sanción, una parte a la que se castiga o se somete mediante sanciones desproporcionadas, uno de cuyos ejemplos sería la ley que establece una multa en caso de que algún ciudadano decida no votar, algo, insistió el diputado, que acaba castigando a los pobres. Afortunadamente, al lado de esa parte de la población a la que se pretendería castigar habría otro grupo (el que el diputado integra, desde luego) que es capaz de advertir esa situación injusta y que, por supuesto, está dispuesto a corregirla y enmendarla.

La frase así identifica a un grupo desvalido y desamparado (los pobres) e identifica a otro (al que el diputado pertenece) capaz de brindar amparo.

El diputado emplea una expresión levemente evangélica, asistencialista, benéfica —los pobres— para aludir a quienes se verían castigados por la ley a la que él se opone. En la tradición de la izquierda —que nunca fue asistencialista y nunca quiso ser paternalista— no se hablaba de pobres, sino de clase, o de trabajadores o de pobladores. Lo que la izquierda quería subrayar con esas expresiones era el aspecto estructural de los problemas sociales y el carácter universalista de las demandas que formulaba.

La expresión que empleó el diputado Winter, en cambio, es asistencialista y parece una frase tomada de Rerum novarum, la encíclica con que León XIII inició lo que se conoce como Doctrina Social de la Iglesia y que tantas personas ocuparon en los sesenta o setenta como sustituto de la fe o la convicción religiosa, o se parece también, salvo el énfasis con que la pronunció el diputado, a un comentario dicho al pasar de estudiantes de colegio bien pagado, un comentario vertido con toda inocencia, no es difícil imaginar, mientras hacen un alto en medio de una colecta de Un Techo para Chile o algo así. La frase es entonces cualquier cosa, menos un diagnóstico razonado de un político como el que aspira a ser el diputado Winter.

¿A qué puede deberse que un diputado, al que ha de suponerse reflexión en sus posturas frente a temas públicos, incurra en ese gesto tan decidor?

La explicación es obvia: cuando la gente dice cosas absurdas es que no habla ella, sino su inconsciente.

Es la verdad de su inconsciente la que esa frase —la ley que multa la abstención es una ley antipobres— revela.

Lo que ocurre en el fondo es que, en este tiempo indigente, carente de ideas sensatas y con la racionalidad a la baja (algo que por supuesto no es culpa del diputado; aunque él parece ser una de las víctimas predilectas del fenómeno) el lugar de las ideas generales y bien madurecidas tiende a ser ocupado por la simple sensibilidad que se ha elaborado a partir nada más que de la propia experiencia subjetiva. Es probable que este sea el caso de las personas que incluso hoy, para referirse a las mayorías, usan esa expresión propia de las señoras con delantal de variados colores que se reunían en cofradías para ayudar a los carentes: los pobres.

Como se observa, en el empleo de esa expresión se revela el hecho de que, para quien la pronuncia, los pobres son lo otro que sí mismo, aquello con lo que se ha tenido trato, pero que a fin de cuentas permanece ajeno; algo a lo que se observa, e incluso se estima, pero que es algo que está fuera, algo a lo que se atiende o se cuida o se protege, pero que es el otro absoluto. Lo que revela la frase del diputado no es, entonces, una genuina preocupación por lo que antes con mayor rigor se llamaba clase obrera o trabajadora, sino más bien (y no solo ha ocurrido con este desafortunado discurso) el anhelo de encontrar algo que permita justificar la propia identidad autoatribuida de redentor, de generoso que abandona su situación privilegiada, que renuncia a ella para redimir a otros.

No son entonces los pobres lo que preocupa al diputado (y en esto es probable que comparar su discurso con estudiantes integrados a un Techo para Chile sea injusto para este último). Y es que lo que al diputado Winter, o a su inconsciente, de veras le preocupa es cómo sostener su identidad autoelegida o asignada, cómo hacer plausible la personalidad que ha querido ser: un redentor, un salvador, especialmente en este tiempo que, a falta de ideas, se ha vuelto propicio para cualquier tontería, incluida esa visión paternalista y asistencialista de los sectores populares que el inconsciente del entusiasta diputado (que se esfuerza por demostrar otra forma de indigencia, aunque no exactamente material) anhela resucitar para, así, él poder nacer como su redentor: los pobres. (El Mercurio)

Carlos Peña