La primera vuelta presidencial tiene lugar en un ambiente de descrédito y negativismo sobre la política como nunca desde 1990 y probablemente como nunca en la historia de Chile. Hacerse cargo de ese piso negativo en que están parados todos los candidatos es indispensable para no creerse en un país imaginario.
El país que existe en esta carrera presidencial, es uno donde los ciudadanos se creen del lado de los ángeles y sitúan a los políticos del lado de los demonios.
Existen los grandes demonios, los creadores de los demonios, que son los partidos antiguos miembros de las dos coaliciones que gobernaron bajo el binominalismo, que han participado en los conflictos de financiamiento de la política, cuyas acusaciones están todas aún pendientes en el sistema judicial. Las consecuencias son importantes porque hoy el 72% de los chilenos en edad de votar, no votan por partidos, votan por personas. Solo un partido tiene 8% (RN) por encima del margen de error del 3%.
Los que quieren un acuerdo de segunda vuelta no se dan cuenta de que, al hacerlo, están cambiando a la “persona”, vale decir, le están diciendo al votante «mire, usted votará en primera vuelta por X, pero en realidad está votando en segunda vuelta por Y”. Es decir, el impacto positivo del fin del binominalismo, el aumento de pluralidad, se diluye. Ese votante que se está empezando a activar, se devuelve para su casa y no vota. O sea, la suma matemática de lo que muestra la encuesta, NO ALCANZA A SUCEDER y gana Piñera en primera vuelta.
Gana Piñera porque tiene un voto que no depende de la cantidad de votantes que vote, es incombustible, por tanto, si los candidatos que representan el espectro político del centro hacia la izquierda convocan menos votantes a las urnas, la proporción de votos de Piñera se mantiene estable, su porcentaje aumenta y gana en primera vuelta.
Los que quieren hacer un acuerdo de segunda vuelta porque hacen una suma matemática de los candidatos que no están en la derecha, creen que los votos “pertenecen” a los candidatos, cuando el mundo se ha invertido y el voto pertenece al que vota.
El acuerdo de segunda vuelta puede eliminar la segunda vuelta y terminar de malograr la política chilena, porque los dirigentes de la Nueva Mayoría no han comprendido que el país no los quiere a ellos, por eso existen los otros candidatos. De ser deseable la nueva mayoría, no existirían los nuevos candidatos, que nacen de esa coalición.
La izquierda concertacionista está dividida en dos grupos, uno de los cuales se sale de la coalición de Gobierno y forma parte de una nueva coalición. Por favor, no olvidar que están afuera de la coalición gubernamental.
Un partido de Gobierno, el PDC, decide correr, por primera vez desde 1970, solo. Se sale de la coalición. ¿Y los dirigentes de la Nueva Mayoría y algunos del PDC quieren un acuerdo de segunda vuelta que deshaga todo ello?
Es realmente sorprendente que todavía no se peguen la palmada en la frente. El escenario que proyecta la encuesta CERC Mori es una primera vuelta donde existe la posibilidad real de competir, diferenciarse de la vieja coalición y expresar la diversidad que no se podía expresar con el binominalismo.
El elector chileno no es solamente no manipulable, sino además terriblemente escéptico y tiene doctorado en elecciones. Ningunear al elector (como lo hace también el Tribunal Constitucional al decir que prohíbe las encuestas porque estas manipulan al elector) es profundizar el descrédito de la política. Hacer sumas de cosas que aún no han sucedido, tratar a los electores como números y creer que son rebaños que se pueden llevar a un corral en el cual no quieren estar, es ignorar que no votaron 9 millones de chilenos en el 2016, alcanzando un escaso 35%. Chile ha perdido 35 puntos porcentuales de participación electoral en los últimos 27 años, mientras el resto de América Latina ha perdido 6 puntos. En Alemania con voto voluntario acaban de votar más del 70% de los votantes en edad de votar.
Lo que nos pasa es del todo anómalo.
Es cierto que la mayor parte del país se ubica desde el centro hacia la izquierda, pero es aún más cierto que el fin de binominalismo produce una atomización de ese mundo, donde NO HAY un líder que concite el consenso. Un acuerdo entre los candidatos de la vieja coalición progresista solo podría ser posible (desde el punto de vista de los electores que están dispuestos a votar por cada uno de ellos) si hay integridad en un acuerdo después de la primera vuelta. La formación de una Gran Coalición como en los sistemas parlamentarios, donde se diseña un futuro en conjunto distinto. No el apoyo a uno.
Los cheques en blanco se acabaron, y declarar el apoyo probable a uno en una eventual segunda vuelta sería confirmar la continuidad de una coalición que el 45% del país no quiere que siga gobernando. Bajaría la participación electoral, se haría más difícil la gobernabilidad y muy probablemente dejaría de haber segunda vuelta, porque ganaría Piñera en primera vuelta. Desde luego, los votantes de Sánchez, los más ostensiblemente en contra de la Nueva Mayoría, no irían a votar. Son votantes que mayoritariamente no quieren que siga la Nueva Mayoría. Si seguimos con los votos “recuperados” de Goic, que no votaron por Bachelet el 2013, ¿irán a votar ahora por Guillier?
La primera vuelta en la cual sucede el escenario que describe la encuesta CERC Mori es un escenario donde no hay acuerdo de segunda vuelta. La primera vuelta con acuerdo de segunda vuelta y con ese resultado, no existe. Es una primera vuelta inexistente.
Por otra parte, para ganarle a Piñera habría que tener un dirigente que fuese capaz de construir un escenario conjunto en que no dominara el pasado de la Nueva Mayoría, sino la diversidad que se expresa en la elección presidencial.
En otras palabras, se quiere eliminar una vuelta presidencial y poner un escenario a los votantes que sabrán que están eligiendo entre la Nueva Mayoría y Chile Vamos. Solo queda felicitar a los dirigentes brillantes que legislan para eliminar el binominalismo y producen de facto un escenario presidencial binominal, con más de lo mismo. La Nueva Mayoría puede intentar ganar la elección con un acuerdo y terminar como Schlieman, que destruyó 9 ciudades que estaban encima de la Troya del joven Paris –que buscaba–, alcanzó su meta, dejando la destrucción como su huella.
Con más de lo mismo, en el binominalismo, podemos vivir el escenario de 33% (el CEP dijo 35%) que muestra la encuesta CERC Mori, donde votan igual o menos que en las municipales, con un Parlamento jibarizado, sin legitimidad y con un país muy difícil de gobernar, además de una sola vuelta presidencial.
El Mostrador