Confieso que casi no uso corbata. Solo en ocasiones muy especiales. El 12 de septiembre de este año, una semana después del plebiscito constitucional, en el CEP organizamos el seminario titulado “Después del plebiscito: ¿Cómo seguimos?”. Estaban invitados el presidente del Senado, Álvaro Elizalde; la senadora Ximena Rincón y el senador y presidente de la UDI, Javier Macaya. Era un día especial. Instintivamente, casi sin pensarlo, me puse corbata. Poco antes del encuentro, llega el senador Macaya. Estaba con corbata. En seguida, la senadora Rincón, elegante como siempre. Y, finalmente, el senador Elizalde, también de corbata. Me pregunté si había algo republicano en esta coincidencia o si era una especie de renacimiento del Senado después de la arremetida “convencionista”. Como sea, se transmitía algo especial.
La semana pasada fue elegido el nuevo presidente de la Cámara de Diputados. Ese día Vlado Mirosevic estaba sin corbata. Pero apelando al sentido del humor, dijo: “Hemos recibido el primer reclamo como presidente de esta corporación: se me ha reclamado por el no uso de la corbata. Entonces, voy a postergar mi intervención y mi discurso hasta mañana”. Entre risas y celebraciones, su antecesor, Raúl Soto, rápidamente se sacó su corbata y se la entregó. Al día siguiente Mirosevic dio su discurso inaugural. Estaba con corbata, símbolo del cambio de mando y de la dignidad republicana del nuevo cargo.
La corbata tiene su historia. Los guerreros de terracota —el famoso ejército de Qin Shih Huang (210 a. C.)— llevaban corbata como símbolo de honor. En la columna de Trajano en Roma también se puede ver al emperador y sus soldados con diferentes estilos de corbata. Pero su uso se extendió por Europa durante la guerra de los treinta años (1618-1648). Se cuenta que la costumbre nació en Croacia, donde las mujeres anudaban al cuello de los soldados un pañuelo rojo como testimonio de amor y fidelidad. Bajo Luis XII, la Guardia Real francesa reclutó a los famosos jinetes croatas de las corbatas rojas. Y posteriormente Luis XIV las puso de moda.
Eso sí, durante la Revolución Francesa la corbata adquirió un significado político. El revolucionario usaba corbata negra y el contrarrevolucionario, blanca. Y en 1815, después de ganar la batalla de Waterloo, Napoleón aparece luciendo una corbata blanca bajo su corona imperial. El color blanco era símbolo del triunfo.
Los ingleses también explotaron el uso de la cravat. Se dice que la palabra corbata proviene del francés cravate que sería “de Croacia” y de ahí cravat en inglés. Pero como el mundo anglosajón es práctico y profundo a la vez, terminaron usando la palabra tie. Si cravat refleja su origen francés, el sentido de la palabra tie nos dice mucho más. El verbo to tie es amarrar, y el significado del sustantivo tie es simplemente una cuerda o cordel que se amarra. Así, la corbata es algo que se amarra al cuello. Pero la palabra tie también significa algo que nos conecta y une. Es un vínculo, una comunicación. Es, en definitiva, un símbolo.
En efecto, para los antiguos griegos el symbolon era un medio de comunicación. Podía ser, por ejemplo, un hueso partido en dos. Solo bastaba con unir las dos partes. Esta técnica era usada durante la guerra para validar mensajes. El symbolon era una garantía de confianza, un ingenioso pin number.
La corbata es un símbolo con una larga historia. Y su uso —así como su no uso—, una costumbre que comunica. También es una señal, una contraseña política. El Presidente Gabriel Boric ha sido pionero al no usar corbata. Hasta el Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, intentó emularlo sin éxito. Pero al parecer volvió la moda de las corbatas. Basta admirar las llamativas corbatas del ministro Marcel o la fugaz aparición del subsecretario José Miguel Ahumada usando tie en la APEC. Vaya símbolos. (El Mercurio)
Leonidas Montes