Universalmente elogiada ha sido la gestión de Carmen Gloria Valladares, quien fue encargada por el decreto supremo de instalación para dirigir la primera sesión de la Convención Constitucional. Nadie la conocía, pero sus años de relatora del Tribunal Calificador de Elecciones permitían avizorar que era una persona que aunaba templanza, fortaleza, prudencia y flexibilidad para lidiar con 155 convencionales constituyentes, con muchos de ellos gritando, haciendo manifestaciones y aprovechando cualquier incidente para tratar de impedir la sesión.
La verdad no se entiende por qué hubo que hacer marchas y manifestaciones en las afueras de la Convención. El Gobierno permitió las marchas, pero con el compromiso de que no se traspasara el círculo de seguridad; en cambio, grupos de manifestantes violentamente cruzaron ese círculo y Carabineros debió actuar con los medios adecuados para contener esos avances que podían poner en peligro a los mismos convencionales.
Mientras la relatora, una vez interpretado el himno nacional por la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles bajo gritos y pifias, intentaba comenzar la ceremonia de instalación, varias mujeres vociferantes se oponían a que se hiciera la sesión, alegando que sus amigos y familiares estaban siendo reprimidos por fuerzas especiales de Carabineros. Si la relatora hubiera insistido en seguir adelante, a lo que tenía perfecto derecho, la sesión se hubiera frustrado o hubiera transcurrido de manera bochornosa. El temple de las personas se mide en estas circunstancias difíciles y tensas: doña Carmen Gloria decidió suspender la ceremonia hasta que se llegara a un acuerdo entre manifestantes y autoridades que resguardaban el orden público. Este receso permitió distender los ánimos y continuar luego la ceremonia.
Ahora, si es por violencia, hay que comentar que hubo al menos doce carabineros lesionados y quien manifestó haber sufrido un trauma ocular señaló que lo había causado un piedrazo: hasta donde sabemos, no son los Carabineros los que tiran piedras. Por otro lado, cuando varios constituyentes salieron de la sesión a tratar de dialogar con los manifestantes, fueron objeto de improperios y amenazas y tuvieron que ser defendidos por la policía. Giovanna Grandón, la “tía Pikachu”, declaró: “Salimos a tratar de conversar con las personas y un grupo como de diez nos empezó a tratar mal, nos garabatearon y dijeron que éramos vendidos”.
La relatora hizo gala de su prudencia al solo leer los nombres de los elegidos y luego formular de manera colectiva la pregunta de si aceptaban o no asumir los cargos, suprimiendo la frase en conformidad al capítulo XV de la Constitución, ya que de otra manera hubiera habido varios convencionales que no habrían aceptado.
De hecho, el convencional Fernando Atria subió a Twitter un video exponiendo lo que él habría contestado si se le hubiera preguntado. Esta habría sido su respuesta: “Como mandatario del poder constituyente del pueblo para que este pueda darse por fin una Constitución propia y deje así de vivir bajo ideas muertas, acepto”. Hay que darle gracias a doña Carmen Gloria que no haya preguntado individualmente, porque si lo hubiera hecho, habríamos escuchado respuestas del estilo de la de Atria, que invocan el poder constituyente originario y piensan que la Convención Constitucional es una asamblea constituyente que puede hacer y deshacer con prescindencia del marco regulatorio constitucional bajo el cual fueron elegidos estos convencionales constituyentes.
En la segunda sesión, en la que ya no estaba doña Carmen Gloria, se produjo un quiebre porque la mayoría de los constituyentes sintieron que no estaban las condiciones sanitarias y que el Gobierno no había dispuesto lo necesario para que pudieran trabajar eficazmente. No deja de ser curioso que muchos convencionales, cuando requieren de bienes y recursos, apelan a las reglas constitucionales, las que, en cambio, repudian cuando se trata de deberes y límites.
Sin duda la figura a la vez enérgica y afable de la relatora hará mucha falta en el trabajo de la Convención que recién se inicia. (El Mercurio)
Hernán Corral