La derecha está más inclinada del lado de la libertad que de la igualdad, del orden que de la libertad, y de la propiedad antes que cualquier otra cosa. Por su parte, la izquierda se inclina más del lado de la igualdad que de la libertad, de la libertad que del orden, y de la igualdad que de la propiedad. No se trata de que derecha e izquierda desprecien los valores que supeditan a otros. Ambas aprecian esos cuatro valores y no estarían dispuestas a sacrificar del todo uno de ellos en nombre de otro. Pero esos sectores, en presencia de un asomo de fricción o de colisión entre valores, se inclinarán siempre del lado de aquel al que otorgan preferencia. Derecha e izquierda se diferencian también en relación con un quinto aspecto -la tradición-, puesto que si la primera es en tal sentido conservadora, la segunda se muestra más abierta al cambio. Y hay todavía un sexto factor: mientras la derecha se inclina del lado del mercado y la izquierda del Estado, la primera recela de las políticas redistributivas y la segunda las promueve.
Así de complejo es el test que habría que hacer para comprobar si alguien es de izquierda o de derecha.
Tanto la derecha como la izquierda viven hoy una crisis que proviene de los descalabros que ambas han producido, aquí y allá, en nombre de los valores que prefieren. Vistas las cosas de este modo, el problema de la derecha y la izquierda no ha sido nunca de ideas, sino de valores, y de cómo la primera, por ejemplo, se echó en brazos de dictaduras militares para defender la propiedad, mientras la segunda, pretextando la búsqueda de igualdad, no vaciló en aplastar las libertades. Mención aparte en el descrédito de ambas son las malas prácticas en las que aparecen hoy perfectamente hermanadas y declarando al unísono, con no poca desvergüenza, que en tal sentido la falla es sistémica, es decir, de nadie en particular.
Hay quienes quisieran vivir en la república del centro, o aparentar que lo hacen. Un ex candidato presidencial llegó incluso a declararse de «centro centro». En boca de algunos, declararse de centro no es más que una manera de presentarse como sujetos independientes, mesurados y puestos a buena distancia de cualquier extremo, aunque olvidan que si hay extrema derecha y extrema izquierda, como las hay, ser simplemente de derecha, o de izquierda, no constituye ni desmesura ni extremismo. Y en cuanto a los que se dicen ni de derecha ni de izquierda, si se los enfrentara a los seis factores antes expuestos no tardarían en reconocer que se cargan más de un lado que del otro. Nadie está nunca en el centro, ni siquiera un partido como la DC, que se define como tal: nació mostrándole los dientes a la derecha económica de su tiempo, continuó así cuando ratificó la elección de Allende en el Congreso Pleno, se inclinó del lado de la derecha durante el gobierno de la UP, y se alió con partidos de izquierda a la vuelta de la democracia.
Lo peor es declararse de centro como mera estrategia para captar votos por parte de quienes saben perfectamente de qué lado están, y, peores aún, los que, habiendo afirmado que «derecha» e «izquierda» son ya palabras vacías, se declaran de «centro derecha» o de «centro izquierda», es decir, de «centro nada». Ni qué decir de los que han fijado domicilio en la centro derecha o en la centro izquierda solo para no tener que responder de los crímenes que alguna vez cometió la derecha o la izquierda de que formaron parte.