La revancha de las pasiones

La revancha de las pasiones

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En las horas siguientes a los atentados de París, buscando comprender lo incomprensible, me topé con el libro reciente de un autor que no conocía. Se trata de Pierre Hassner, un francés de origen judío-rumano especialista en relaciones internacionales, profesor de Sciences Po en París y de la Universidad Johns Hopkins en Bolonia. El libro en cuestión se titula así: «La revancha de las pasiones». Lo leí como si fuera un acto terapéutico.

El autor sigue al historiador ateniense Tucídides, para quien la actuación humana se basa en tres pasiones fundamentalmente: el temor físico, y la consiguiente búsqueda de seguridad; el honor o la vanidad, que incita a la búsqueda de la gloria y el reconocimiento; y la avidez, que empuja a la búsqueda de bienes materiales. Hobbes, en la misma línea, sostiene que la mayor rivalidad se produce entre el pavor a la violencia y al caos, de un lado, y el orgullo y la gloria del otro, o, lo que es lo mismo, pero en sentido inverso, la humillación, el resentimiento, la cólera y la venganza. El ansia de seguridad engendra la paz; el anhelo de gloria, en cambio, alimenta la violencia y la guerra. Una larga tradición de pensamiento interpreta la modernización precisamente como el tránsito desde las pasiones, siempre coléricas y violentas, a los fríos y calmos intereses, que tienen la virtud de estimular la industria, el comercio y, de paso, el capitalismo.

Con la derrota del nazismo y el fascismo, primero, y con la caída del comunismo, después, se creyó que el mundo había por fin dejado atrás la oscura época de las pasiones. A esto aludía Fukuyama con su famoso aforismo sobre el «fin de la historia». Instalando al laicismo como plataforma de convivencia, la ciencia como origen de todo conocimiento, el capitalismo como fuente de bienestar material, la democracia como mecanismo de gobierno, y la globalización como horizonte universal, las pasiones ideológicas del siglo 20 parecían extirpadas, canalizadas o al menos contenidas. Nadie imaginó, sin embargo, que esto traería de vuelta el desorden, encendiendo pasiones y pugnas religiosas milenarias, como son las que inspiran al fundamentalismo islámico.

Hafez el-Assad le decía a Henry Kissinger que para los árabes la guerra contra Israel no se da sobre el territorio, sino sobre el sufrimiento; y los israelíes, igual que los norteamericanos, se han aburguesado, ya no saben sufrir y morir: ellos sí. Esta anécdota sirve para ilustrar cómo pasiones que parecían de otra época, como el honor, el orgullo, la gloria -y lo que va de la mano, el culto a la violencia y la muerte-, siguen vivas. Lo que ha hecho el fundamentalismo islámico es atizar y usar en su beneficio los sentimientos de humillación, resentimiento y venganza del mundo árabe hacia Occidente, y esto le ha permitido penetrar con su discurso la población europea de origen musulmán, que se siente también privada de dignidad y reconocimiento.

«Los que creen que los pueblos seguirán sus intereses antes que sus pasiones no han entendido nada del siglo 20», escribía Raymond Aron. Ni del 21, agrega Hassner. Nada grande se consigue sin pasión, afirmaba Hegel; y no se puede, como agregara Spinoza, vencer una pasión si no es reemplazándola por otra -y muchas veces, lastimosamente, sin desanudar, como hacemos en las guerras, las pasiones agresivas que mantenemos reprimidas o sublimadas a través de eso que llamamos civilización. De ahí que no tenemos más opción, dice Hassner, que «combatir a la vez el fanatismo y el escepticismo, a la vez el aventurerismo y la pasividad, pues no hay otra vía que la alianza extraña, frágil y muchas veces conflictiva de la moderación y la pasión».

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