La Triunfante

La Triunfante

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Bastaba ver su rostro la noche de ese domingo; o su lenguaje corporal los días venideros. Transmitían una íntima pero contenida alegría. Reflejaban esa satisfacción que se experimenta cuando uno siente que, después de un tránsito árido, cruel e ingrato, por fin se ha hecho justicia. Y no dejaba de tener razón: la Presidenta Bachelet fue la triunfante de la reciente jornada electoral.

Es cuestión de sacar cuentas. Quienes sostuvieron el discurso de que Chile se estaba hundiendo por las reformas del Gobierno, y que con ellos vendrían «tiempos mejores», alcanzaron el respaldo del 44,5 por ciento de los electores, la suma de Piñera y Kast. Todo el resto se pronunció a favor de continuar con los cambios en curso, con énfasis más moderados, en el caso de Goic, o más radicales, en el caso de los restantes, pero en ningún caso revertirlos.

Pero el asunto no se agota en las cuentas electorales, que sabemos dan para cualquier cosa. Miremos los rostros de ese domingo. En el comando de Piñera estos delataban el mismo desconcierto y la misma desazón que había en los rostros de los equipos de Clinton cuando fue derrotada por Trump. No podían creer haber alcanzado tan magra votación, cuando en su fuero interno coqueteaban con la idea de ganar en primera vuelta; no podían comprender, por sobre todo, cómo la lectura que hacían de Chile se había mostrado tan errada. En las huestes de Guillier tampoco digamos que había mucho entusiasmo, con una votación que fue a todas luces pobre: sus rostros acusaban, sí, una sensación de alivio por tener a la mano una segunda oportunidad. El fervor se concentró en quienes respaldaron a Sánchez y a Kast. Tenían fundados motivos: habían roto con el destino y estaban haciendo historia. Lo mismo, me imagino, debe haber sentido Bachelet.

¿Cómo puede estar satisfecha si su coalición llegó dividida, con dos candidatos cuya suma de votos alcanzó apenas el 28,6 por ciento de los votos? Ella no razona de ese modo. Ha demostrado, tanto en su primer mandato como en el actual, que le tiene bastante sin cuidado la suerte de su coalición y de sus candidatos. Presta atención a otras cosas: en el primero, al cariño de la gente; en este, a la ejecución de su programa de reformas. Tampoco le molesta que surjan opciones jóvenes, rebeldes y disruptivas, como si estas expresaran algo que ella siente, pero que, por su posición, no puede expresar. Así sucedió en 2009 con Enríquez-Ominami, que acribilló a la vieja oligarquía concertacionista a vista y paciencia de La Moneda. Lo mismo ocurre ahora con el Frente Amplio. La sensación de triunfo de la Presidenta, en efecto, no obedece solo al pobre resultado alcanzado por Piñera, o de tener a Guillier en la segunda vuelta; obedece, por sobre todo, al éxito de la alternativa que encarna Beatriz Sánchez, en cuya figura se proyecta una parte de ella misma, que nunca se ha sentido a sus anchas con los partidos y dirigentes políticos que la respaldan.

A veces basta un evento para cambiar súbitamente la forma como se ven las cosas. Es lo que pasa con las reformas de este gobierno, que hasta el domingo 19 parecían extremas y hoy son moderadas. De hecho, luego que el candidato Piñera la hiciera suya a instancias de Ossandón, no sería raro que la gratuidad universal -hasta ayer anatema- cuente con los votos de la oposición, lo mismo que la reforma al sistema de pensiones que diseñara Rodrigo Valdés. Para la Presidenta Bachelet esta debe ser la más dulce de sus victorias.

(«La Triunfante» es el nombre de una corbeta francesa del siglo XIX, de 12 cañones, que da el título a una sutil y evocadora novela autobiográfica de Teresa Cremisi, una editora que se confiesa amante de los barcos y de las historias de aventuras.)

 

El Mercurio

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