Entre la avalancha de opiniones que han surgido post elecciones internas de la UDI, se agradece la columna de Luis Larraín, publicada ayer en este espacio. Primero, porque es respetuosa de la decisión de un partido político; y luego, porque evita caer en el juicio frívolo y, por tanto, más cercano a la caricatura que a la realidad. A partir de lo que él plantea, algunas precisiones, aprovechando mi condición de militante.
El dato clave indesmentible, que parece pasar desapercibido para quienes están concentrados en descalificar, es que por primera vez todos los militantes de la UDI fueron convocados para elegir a su directiva. Ese solo hecho cambia sustancialmente la forma de relacionarse al interior de un partido, con ventajas (estímulo a la participación y el debate) y también desventajas (niveles de enfrentamiento y pasión que dejan heridas que luego cuesta sanar). Si participaron siete mil personas, tiene poco sentido especular respecto de las preferencias de quienes renunciaron a ese derecho, por distintas razones que sus dirigentes tendrán que evaluar.
El segundo dato: el triunfo de Jacqueline van Rysselberghe es una expresión de renovación. Por primera vez un partido de derecha en Chile es encabezado por una mujer, que además ha convertido un liderazgo regional en uno de alcance nacional. Ella también es un símbolo de meritocracia, porque no digamos que surgió repentinamente de la noche a la mañana: partió como dirigente universitaria, luego concejal, fue elegida tres veces como alcaldesa de Concepción y hoy es senadora, tras haber roto el doblaje histórico de la izquierda en esa zona.
De manera que la elección de van Rysselberghe como presidenta de la Unión Demócrata Independiente no solo es legítima, porque es una decisión soberana en la que todos sus militantes tuvieron derecho a participar, sino que también representa una señal de cambio importante.
¿Qué viene ahora? La nueva directiva de la UDI enfrenta al menos dos desafíos. Primero, ponerse al día no en los principios –que como alguien dijo, son pocos e inmutables–, sino en el estilo de exponerlos ante al país, al servicio de las aspiraciones y de aquello que preocupa y genera hoy profundos temores en millones de chilenos (la pobreza, la enfermedad, la delincuencia, la malas pensiones, etc.). La UDI enfrenta a una izquierda que a lo largo de la historia ha demostrado su talento transformista, que se muestra unas veces como movimiento insurgente, otras como socialdemócrata y hoy con un rostro joven, pero con el mismo discurso y mirada equivocados de siempre. Hacerle frente exige preparación y coraje y, sobre todo, conectar con el Chile que aspiramos a representar, más evolucionado y con exigencias más complejas que el de hace pocos años atrás.
El segundo desafío gremialista es consolidarse como un partido con vocación de mayoría, que aspira a conquistar la confianza de los electores. Porque, finalmente, sin vocación de mayoría los partidos políticos se convierten en espacios puramente testimoniales, en algunos momentos con valor intelectual, en otros con valor combativo, pero no cumplen con el propósito esencial que moviliza a la democracia, que es la representación de los ciudadanos a través de la acción política.
El punto de partida para alcanzar esa meta es auspicioso: la UDI mantiene un liderazgo electoral y es hoy el partido más votado en alcaldes, además del segundo más votado en concejales, después de RN, lo que no es cualquier dato, considerando la severa crisis que la afectó y el uso que hizo la izquierda de los casos de financiamiento irregular (téngase presente el doble estándar con que se evaluaron esos casos respecto de los que comprometen a militantes de la Nueva Mayoría).
He leído y escuchado en varios medios interpretaciones sobre los resultados de la elección en la UDI hechas con una arrogancia e ignorancia que sorprenden. Se descalifica la preferencia expresada de manera libre y voluntaria por 7 mil personas y se insiste en estereotipos algo desgastados (hay militantes que respaldaron la opción del diputado Jaime Bellolio que defienden posiciones conservadoras en materias valóricas, así como hay críticos del pinochetismo entre quienes respaldaron la alternativa de van Rysselberghe).
En ningún partido existe una verdad revelada respecto de su historia, sus liderazgos o sus proyectos futuros. Tampoco en la UDI. Hay principios y convicciones que conviven con diferencias que, a veces, tienen más que ver con estilos que con temas fundamentales. La tarea ahora es abrir espacios para que converjan esas diferencias y poner el foco en lo importante: un proyecto político para el Chile de los próximos 30 años, con el sello de una derecha que compatibiliza libertad y justicia.
Isabel Plá, ex vicepresidenta UDI