Una lectura simple de los resultados del 19 de noviembre indica que, si la izquierda se une en torno a una causa común, la derecha no volverá al poder el 11 de marzo de 2018. Lamentablemente para la izquierda, el único motivo de unidad que ahora puede aglutinarla es su oposición a todo lo que representa y aspira hacer Chile Vamos. Porque la izquierda se une en torno al modelo de país que rechaza, pero es incapaz de ponerse de acuerdo respecto a qué quiere construir, su única posibilidad de ganar está en convertir la segunda vuelta en un referéndum sobre Piñera. Por eso mismo, en la medida que la campaña presidencial de Chile Vamos logre mantener un mensaje positivo, con una hoja de ruta plausible para construir un mejor país, la izquierda quedará arrinconada como la coalición que sólo sabe obstaculizar y bloquear.
Los sorpresivos resultados de la primera vuelta reflejaron que la derecha había leído mal lo que significaban los bajos niveles de aprobación de la Presidenta Bachelet. Más que un rechazo a la hoja de ruta hacia un país con más derechos, menos abuso y más oportunidades para todos en una cancha pareja, la baja aprobación de Bachelet se explica por la forma desordenada y controversial en que la Presidenta buscó avanzar hacia ese objetivo. Además del daño que le produjo a Bachelet el escándalo Caval, la lógica de imponer reformas sin construir consensos y sin demostrar que su plan era sustentable terminó por convertir a Bachelet en la Presidenta más impopular desde el retorno de la democracia.
El discurso de la derecha, que asociaba los tiempos mejores con el desmantelamiento de las reformas que impulsó Bachelet, sólo logró atraer un 45% de la votación (sumando a Piñera y Kast). Si bien no es una votación despreciable, es minoritaria. El otro 55% votó por candidatos que querían avanzar y profundizar esas reformas. Eso explica el nerviosismo en los rostros de la derecha cuando quedó en evidencia que la segunda vuelta no sería un mero trámite.
Si bien la izquierda está entusiasmada por el rechazo que expresaron los chilenos a la propuesta entregada por Piñera —y comprensiblemente intentará convertir la segunda vuelta en un referéndum sobre el ex Presidente—, ese sector debiera también darse cuenta de sus muchas diferencias respecto del tipo de país que quieren construir. Aunque todos quieren ampliar la gratuidad, para facilitar el acceso a la educación a todos aquellos que deseen estudiar, hay profundas diferencias en cómo hacerlo. Mientras algunos quieren restringirla a instituciones estales, otros creen que cualquier institución que acredite calidad debiese poder recibirla. Hay discrepancias también respecto de cómo balancear el objetivo de que los estudiantes accedan a la educación sin tener que pagar con la necesidad de establecer incentivos para el uso óptimo de los recursos públicos por parte de los alumnos. Producto de esas discrepancias, el gobierno de Bachelet optó por dar inicio a la gratuidad a través de una glosa en la ley de presupuesto y no a través de una ley que le diera institucionalidad y continuidad a esa iniciativa. Por eso, cada vez que la izquierda debe explicar cuál es su hoja de ruta para alcanzar el objetivo de gratuidad, aparecen las discrepancias y desavenencias.
Es verdad que resulta más fácil construir unidad en torno a la oposición a Piñera que en torno a un plan de gobierno común. Es más, bien pudiera ser que la estrategia de todos contra Piñera fuera suficiente para ganar la elección. Pero no se puede gobernar sin un plan de gobierno. Si Guillier llega al poder porque los chilenos rechazan a Piñera, el próximo gobierno pronto se hundirá en los conflictos internos y su Presidente quedará reducido a la total irrelevancia.
Es más, parece razonable suponer que hay un número importante de chilenos que, compartiendo una visión negativa hacia Piñera, dudarán de la capacidad del candidato de la Nueva Mayoría para controlar el timón del país. Si Piñera es un bueno piloto que quiere llevar al país a un destino distinto al que quiere la gente, Guillier debe demostrar que, además de querer el destino preferido por la mayoría, sabe también pilotear. Si no lo hace, el ajuste de programa que ha anunciado Piñera en esta semana debiera ayudarlo a convencer a aquellos que creen que él es mejor piloto que Guillier.
Aunque tiene todas las de ganar, Guillier enfrenta ahora dos grandes problemas. Primero, debe demostrarle a la gente que tiene la capacidad de ser buen Presidente, convirtiéndose en el líder de su coalición. Segundo, debe ser capaz de demostrar que la izquierda se une en torno a un proyecto común y no sólo al rechazo al proyecto de la derecha. En tanto no sea capaz de demostrar unidad en torno a un proyecto común, la izquierda arriesga perder una elección que ahora parece al alcance de su mano. A su vez, en la medida que sea capaz de mostrarse como el líder de una derecha unida, Piñera tendrá posibilidades de revertir una campaña de segunda vuelta que ahora aparece cuesta arriba. (El Líbero)
Patricio Navia