Buscando formas de expresión inclusivas, la Comisión de la Unión Europea ha emanado un documento de orientaciones sobre lenguaje en materias de género, LGBTIQ, edad, discapacidad, raza y estilos de vida. Esta guía está llena de insensateces, como reemplazar “Ladies and gentlemen” (señoras y señores) por “Dear colleagues” (queridos colegas); o la de no referirse a nombres cristianos como María y Juan. Pero lo que levantó un escándalo mayúsculo fue la sugerencia de sustituir la expresión “Christmas” (Navidad) por “Holidays” (fiestas o vacaciones).
Se advirtió que se estaba llamando a cancelar la Navidad con el pretexto de un lenguaje inclusivo. Se intentaba así eliminar de la cultura europea una de las mayores fiestas de la tradición cristiana. Inmediatamente en redes sociales surgió una crítica masiva que obligó a la redactora del documento a retirarlo. El Papa Francisco, en un encuentro con periodistas en el vuelo de regreso de su viaje a Chipre y Grecia, calificó esto como un “anacronismo”: “En la historia, muchas, muchas dictaduras han tratado de hacerlo —dijo ante una pregunta sobre el tema—. Piensa en Napoleón. Piensa en la dictadura nazista, en la comunista. Es una moda de un laicismo aguado, agua destilada. Pero esto es algo que no ha funcionado durante la historia”. Y agregó algo sobre la Unión Europea; esta, dijo, “debe tomar de la mano los ideales de los Padres fundadores, que eran ideales de unidad, de grandeza, y estar atenta para no hacer espacio a las colonizaciones ideológicas”.
La verdad es que esta idea de eliminar la Navidad no es nueva. En la Unión Soviética fue prohibida en 1929. El régimen cubano hizo lo propio y solo vino a restablecerla cuando Juan Pablo II visitó la isla. Nicolás Maduro utiliza la Navidad para fines políticos y la adelanta a comienzos de octubre.
Esto podría suceder en Chile, dada la propuesta de capítulo I para la nueva Constitución presentada por los convencionales Gallardo, Barceló, Castillo, Harboe, Squella, Chahin, Botto y Logan. La redacción la habría hecho Agustín Squella, por quien tengo un especial aprecio como intelectual y como persona. Pero en esta ocasión —como en otras anteriores— debo manifestar mi discrepancia sobre la propuesta de art. 8, que diría: “Chile es un Estado laico. Carece de religión oficial y asegura la libertad de creencias y de religiones e iglesias, sin discriminar entre ellas”. Un precepto como este no existe en la Constitución vigente ni en la de 1925, y nadie ha dudado de la laicidad del Estado.
Si se siente la necesidad de declarar que Chile es un Estado laico y que carece de religión oficial, es porque se está asumiendo no la laicidad del Estado, que no es neutral frente al fenómeno religioso público y privado, sino un laicismo constitucional que hará desaparecer todo rastro de signo religioso en los actos, ceremonias, leyes e instituciones, y de subsidios y ayudas económicas a instituciones religiosas de bien público, en particular de enseñanza. Es lo que en una columna del lunes pasado Agustín Squella llama Estado laico versus Estado religioso, aunque estas expresiones son un tanto tendenciosas; porque el Estado que Squella califica de religioso es laico, aunque no laicista.
Si se acoge el laicismo estatal, deberían desaparecer del calendario los feriados de tradición religiosa, como el día de las iglesias evangélicas, el de la Virgen del Carmen y por cierto la Navidad. No se podrá poner pesebres en edificios públicos como en el Palacio de la Moneda o en municipalidades; ni hacer conmemoraciones navideñas en servicios de la administración pública. Hasta el Viejo Pascuero, de indudable origen cristiano (por San Nicolás), podría ser considerado un personaje que vulnera los principios de un Estado laico.
Seguramente nadie ha pensado en estas consecuencias, que hoy parecen ridículas. Pero cuando se pone en la Constitución que Chile es un Estado laico, que no tiene religión oficial y que no se puede discriminar entre religiones, se ha iniciado un camino que nos conducirá más tarde o más temprano a la sustitución o eliminación de las fiestas religiosas y entre ellas la de la Navidad. (El Mercurio)
Hernán Corral