A Marx no le gustaban esos “pequeñoburgueses” ubicados ahí entremedio, molestando a su partera de la historia: la violencia que acompaña la lucha de clases. A Gabriel Boric tampoco le gustan, pero de una manera diferente, él aspira a una sociedad sin clases; es que no cree en la meritocracia y la movilidad social no puede ser más que un invento neoliberal, una especie de “opio del pueblo” en versión siglo XXI.
Es complicado eso de una sociedad sin clases, porque si “cortamos” arriba y abajo, para que no haya ricos ni pobres, lo que nos quedaría tampoco sería una sociedad homogénea, porque hay muchos niveles en eso que llamamos clase media; lo peor es que tampoco sería una sociedad con grados razonables de libertad y, además, las personas carecerían de incentivos esenciales para progresar, soñar con un futuro mejor, con ese deseo natural de alcanzar el éxito individual que a la izquierda le molesta tanto.
Por el contrario, a mí me gustan las clases medias y más aún la movilidad social. Admiro al estudiante que se quema las pestañas para sacarse un siete; al trabajador que se saca la mugre para ganar más; me gustan los taxistas que quieren ahorrar para comprarse un auto propio o los choferes de Uber que se quedaron sin pega y, en vez de salir a marchar, salen con su auto a pelearle al destino, porque todos saben, o al menos intuyen, que su futuro depende de ellos, que el estado, cuando lo hace bien, crea condiciones que hacen posible el progreso y, cuando lo hace mal, lo impide, pero nunca lo produce. Me gustan por la misma razón que detesto el dicho ese de que “guagua que no llora no mama”.
Entre la igualdad y la movilidad social, prefiero esta última; entre la meritocracia y la burocracia, prefiero la primera; prefiero arriesgarme en la libertad individual que asfixiarme en la seguridad colectivista. Es que, en el fondo, las clases medias con su sola existencia proclaman todo esto, son testimonio de una forma de organización social que está lejos de ser perfecta, pero es infinitamente mejor que las alternativas utópicas que ofrecen una sociedad sin clases, hasta ahora desconocida en su resultado y horrorosamente sufrida en sus intentos de construcción.
El gobierno acaba de anunciar un programa de protección a la clase media, o sea, un esfuerzo por extender beneficios a nuestra estructura socio económica actual. La clase media emergente, que apenas sale de la pobreza, necesita ayuda, porque su situación es frágil y está muy bien que haya un esfuerzo por apoyarlos.
Pero, ni este programa, ni los impuestos, ni el estado, los hará dar el salto adelante. Eso solo vendrá de su esfuerzo, ellos lo saben, porque todo lo que tienen se lo han ganado. Por eso me gustan las clases medias. (La Tercera)