El Presidente Trump anunció el 1 de agosto que tenía la intención de aplicar un arancel del 10%, a contar del 1 de septiembre, a US$ 300 billones de importaciones chinas. En su opinión, ese país no estaría actuando de buena fe ni con la celeridad necesaria para eliminar las malas prácticas que les son propias en materias de intercambio comercial. Probablemente busca también forzar al gobierno chino a una discusión acelerada, dada su decisión de dilatar las conversaciones en espera de la elección presidencial americana, en la que Trump podría no ser reelegido.
El lunes siguiente la moneda china se depreció fuertemente y superó los 7 yuanes por dólar. Simultáneamente, el gobierno chino indicó que las empresas de ese país suspenderían las compras de productos agrícolas de Estados Unidos. También señaló que aplicaría sanciones a las empresas que vendan armas a Taiwán, medida sin precedentes. Insinuó, además, restringir las exportaciones de ciertos materiales como las tierras raras. Poco después el gobierno de Estados Unidos calificó a China en la categoría de países que manipulan su moneda.
Como era de esperarse, los mercados reaccionaron inmediatamente con caídas iniciales de los índices accionarios entre viernes y lunes de hasta el 5%, con alzas en los bonos de buena calificación y las consiguientes bajas en sus rendimientos. El bono del Tesoro a 10 años, usado como referencia en créditos hipotecarios y a empresas, ha bordeado el 1,7%. No tantos meses atrás superaba el 3%. Pero ¿cuáles serán las consecuencias económicas de estas acciones? ¿Serán de una magnitud proporcional a los cambios instantáneos en los mercados, cambios que, por lo demás, han mostrado en el pasado una tendencia a corregir sus primeras reacciones? ¿O serán más moderadas, como lo sugieren los modelos económicos en base a las decisiones efectivamente vigentes y las experiencias pasadas?
Es complejo aventurar pronósticos: depende de cuánto escalen las medidas de las partes y de cómo influyan las incertidumbres en las expectativas de empresas y consumidores. Si el comportamiento pasado es una guía, debiéramos esperar una contención de las acciones de ambos países para evitar una progresión acelerada de las disputas. Respecto de las expectativas, el riesgo es que las incertidumbres lleguen finalmente a los consumidores y redoblen sus efectos en las empresas. Ello sería especialmente complejo, ya que la evolución económica en el mundo se ha mantenido dinámica gracias al consumo, favorecido por el empleo y los servicios. Las manufacturas y las inversiones en bienes de capital pasan por un período depresivo, en que las expectativas, especialmente por la falta de certeza respecto a las cadenas de abastecimiento, han influido muy negativamente.
A pesar de que las negociaciones China – Estados Unidos son las más notorias, las sanciones comerciales y financieras han proliferado como instrumentos para lograr objetivos de diversa índole, muchas veces políticos y como sustituto a las actividades militares. El Presidente Trump ha evitado en lo posible estas últimas, pero ha potenciado las primeras. Sin embargo, no ha sido el único presidente en usarlas ni Estados Unidos el único país. Hoy existe una prohibición del gobierno japonés para exportar ciertos insumos a Corea del Sur, como medida de presión ante los requerimientos de compensación de este último país por lo sucedido en la última guerra. Este conflicto puede afectar la producción de elementos tecnológicos de los cuales Corea es un importante proveedor mundial.
Las sanciones a Irán, Rusia y Venezuela son conocidas. Respecto a este último, el gobierno americano decidió aumentar la presión en los últimos días. Es previsible que el uso creciente de medidas comerciales como instrumentos de política exterior se mantenga hacia adelante. Por un lado, aun si Trump no es reelegido, el Congreso norteamericano está cada vez más inclinado y dispuesto a apoyar dicha estrategia. Más allá del déficit comercial con China, el tema más complejo de resolver está relacionado con su intención de pretender ser líder mundial en tecnología de comunicaciones e información. Parece poco probable que el Senado no actúe al ver a compañías americanas compitiendo con sus pares chinas, respaldadas con recursos y medios de su gobierno. No se percibe como un simple problema comercial, sino más bien de seguridad nacional, ante el gigante de oriente cada vez más asertivo militarmente. De hecho, respecto de Huawei y otras tecnológicas, el Senado ha pretendido ir más allá que el propio Trump.
Pero existe además otro factor que permite que Estados Unidos tenga hoy una mayor disposición a utilizar sanciones financieras y comerciales que en el pasado. Al dejar atrás su excesiva dependencia del exterior para su abastecimiento de combustibles se siente menos vulnerable.
Esto se basa en que hoy es el principal productor mundial y el 2018 exportó un récord de 3,8 millones de barriles diarios (MBD), cifra que podría alcanzar los 5 MBD el 2020. Más aún, se perfila como un gran exportador de gas natural licuado hacia el futuro. Desde esta perspectiva, podemos pronosticar que las disputas comerciales se mantendrán, pero por conveniencia mutua, sin llegar a provocar un daño excesivo a las partes, particularmente China y Estados Unidos. Periódicamente veremos abrirse o reabrirse otros frentes, tales como México y Europa, por ejemplo, en el sector automóviles, pero dentro de límites acotados.
En lo inmediato, la principal consecuencia de estas disputas pareciera ser una nueva baja de las tasas por parte de la Reserva Federal en septiembre. Hasta el último día de julio, los mercados asignaban una probabilidad del 50% a que ello sucediera. Después del tuit de Trump y la reacción China, le asignan una probabilidad de casi el 100%.
Es la Fed la que percibe como su obligación asegurar que las incertidumbres de las sanciones y conflictos comerciales no escalen y se mantengan acotados. Intentará evitar que el ciclo expansivo de la economía global —y en especial la americana— se detenga, aunque seguramente continuará moderándose. Más de alguno ha insinuado que la verdadera intención de Trump con su tuit fue impulsar a la Fed a continuar con la baja de tasas. Desde su punto de vista eso es vital para mantener el dinamismo en Estados Unidos. Curiosamente ello también es conveniente para China. Para asegurarse una mayor actividad requiere menores tasas y un yuan depreciado. Sin embargo, ello podría acentuar, como en el pasado, la salida de capitales. Menores tasas a nivel mundial hacen menos atractiva esa opción.
Es interesante destacar que desde abril de 2018 a la fecha los aranceles efectivamente vigentes han aumentado en un 12% para las exportaciones chinas a Estados Unidos como un todo. En ese mismo período su moneda se ha depreciado un 11%. Aunque este tipo de consideraciones y cálculos son irrelevantes para quienes comprenden que el intercambio es favorable en sí mismo para el progreso, es curioso que de las cifras anteriores puede desprenderse que, si bien los consumidores americanos deben pagar un arancel, podrían requerir menos dólares para ello. La aseveración de Trump que China está ayudando a financiar al Gobierno Federal tendría cierta razón.
Más al mediano plazo, y en la medida que las disputas con China sean más persistentes que lo previsto inicialmente, veremos un reacomodo en los flujos de comercio. Ello reforzaría un fenómeno ya a la vista, cuyo origen es el aumento del ingreso per cápita chino. Otros países de Asia tomarán mayor relevancia y hoy México y Canadá están superando a China en su intensidad como socios comerciales de Estados Unidos.
Nada de lo descrito anteriormente debe justificar la complacencia en Chile. Los conflictos en el mundo existen, pero así y todo la economía global mantiene un importante dinamismo y otorga amplias posibilidades. En condiciones mucho más complejas, con precios del cobre bastante más deprimidos que los actuales, el país vivió sus mejores etapas de auge económico. El Imacec de junio, del 1,3%, es muy modesto. Posiblemente es una cifra puntual y que en los meses siguientes veremos mejorar. Sin embargo, debe ser un nuevo incentivo para que los líderes del país finalmente opten por impulsar el progreso. (El Mercurio)