Las esposas de Monsalve

Las esposas de Monsalve

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Finalmente llegó el día. Manuel Monsalve fue aprehendido. Y ayer, prácticamente en cadena nacional, el país vio al sheriff con esposas en sus manos. Como un delincuente. Como un violador.

La imagen es fuerte. Y obviamente requieren comprobarse los hechos denunciados. La vieja frase de la “presunción de inocencia” es más que un mero lugar común. Es, y debe ser, una realidad. Mal que mal, son demasiados los casos de personas inocentes colgadas en la plaza pública.

Pero todo suena mal. Muy mal. Y los antecedentes conocidos son cada vez peores.

Antecedentes previos al hecho que ya demuestran evidente abuso de poder y acoso sexual. Una declaración del taxista que dice que la víctima desesperadamente pedía no quedarse sola con Monsalve. Cámaras requisadas ilegalmente. Una funcionaria de confianza del exsubsecretario amedrentando a la víctima (“Ándate a otro país… Capaz te atropellan a ti o a tu papá”).

Todo de película. Pero de película de mafiosos.

Pese a que los índices de delincuencia solo han crecido en este Gobierno, la valoración de Monsalve era alta. Le pasaba algo parecido a lo que pasa con Carabineros. La gente los asume incapaces de cumplir cabalmente la misión que deben cumplir, pero les premia su “honestidad”. Salvados por actitud. Ineficientes, pero probos. Tal como era considerado Monsalve.

Pero todo cambió. Y el rey quedó desnudo… Literalmente.

Y el problema que pudo estar circunscrito a un simple funcionario putrefacto, arrastró a todo un gobierno. En el mejor de los casos, por malas decisiones; en el peor de los casos, por encubrimiento. Y desde un punto de vista político, por un evidente intento de solucionar la crisis a lo amigo, lleno de contradicciones, lleno de medias verdades. Lleno de descriterios.

Frases que ya resultan insoportables, como el “caiga quién caiga”, el “que la justicia actúe” o el “que nadie está por sobre la ley”, enarboladas una y otra vez por la vocera y por el propio Presidente, no solo no logran aplacar la crisis, sino que terminan irritando la racionalidad de las personas.

La ida en el avión, la asistencia a la comisión de la Cámara cuando se supone que lo iban a echar, la autorrenuncia en La Moneda, la grotesca “tesis del portero” de la ministra Orellana y la guinda de la torta: la conferencia de prensa del Presidente Boric (que será estudiada en la comunicación política por mucho tiempo). Exactamente lo contrario de lo que se debió hacer.

Hasta hoy, el Gobierno no logra explicar qué estaba haciendo el día jueves Monsalve en el Parlamento, y mientras no haya una explicación alternativa, la única tesis creíble es que la portada de La Segunda detonó una salida que La Moneda intentó evitar. Podrá haber otra respuesta, pero en 30 días el Gobierno no ha sido capaz de exhibirla.

Así las cosas, el Gobierno se enfrenta a su propia revictimización. A volver a vivir el calvario de sus errores. Porque mal que mal, no solo es primera vez en la historia de Chile en que el líder del combate a la delincuencia termina esposado, sino que todavía no hay explicación para lo ocurrido.

No hay duda de que el caso Monsalve marca un antes y un después. Por una parte, se hace muy poco creíble la adscripción tardía del Gobierno a perseguir la delincuencia. Después de la violación (el hecho más grave sin duda), el emblema de todo es el ministro del Interior subrogante, el zar de la delincuencia, el persecutor de bandidos que no se pudo levantar a trabajar por estar borracho en uno de los días más importantes para esa cartera.

Pero —y es tal vez lo más grave— da cuenta de un sino de este Gobierno, que es la profunda liviandad con la que se ha tomado su labor. Desde Izkia Siches para adelante. Desde los indultos hasta el Presidente que quiere “destruir” el capitalismo. Y los buenos chispazos del Presidente que busca acuerdos y con un cierto liderazgo en materia internacional, terminan quedando solo como eso, meros chispazos “en un mismo lodo todos manoseados”.

En el mundo antiguo se solía decir que no basta con llegar al poder, sino que hay que saber qué hacer con él. La frase en Chile no parece haber caducado. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias