Lo han reconocido desde especialistas en lenguaje como George Lakoff, hasta talentos excepcionales para construir con ellas universos imaginarios, como Almudena Grandes y José de Saramago.
Si cuidar lo que se dice es conveniente en cualquier frente de la vida, en política lo es prácticamente todo. La política fluye, inexorablemente, sobre una delicada trama de palabras, las que se dicen y las que se callan.
Por eso ha generado al menos curiosidad el llamado del Presidente Gabriel Boric a una “tregua”, para permitirle resolver la emergencia de seguridad.
La primera duda es si el Presidente se siente, desde La Moneda, como una víctima del debate político, que lo ata de manos para tomar decisiones y actuar. O si lo está confundiendo con una guerra, en un giro comunicacional para señalar a la oposición como la enemiga, causante del avance despiadado del crimen en todo el país.
La segunda pregunta es a quiénes les pide el mandatario esa tregua. Si a su coalición, el Partido Comunista y el Frente Amplio, que actuaron como opositores en el Congreso, primero rechazando la reforma para las policías y luego amenazando con llevarla al TC.
O el Presidente está, acaso, pidiéndole a la oposición real que deje por un momento de hacer su trabajo, que es controlar al Gobierno y mostrarle sus errores. E impulsar en el debate público lo que le parece debe hacerse frente a cada uno de los problemas que enfrenta el país.
Si la tregua que pide el Presidente no es más que un intento por neutralizar a la oposición y mostrarla ante Chile como enemiga, entonces se parece más a una declaración de guerra que a un llamado a la paz.
En eso se convirtió también, una semana antes, el “gatillo fácil” con el que denominó la ministra vocera a la Ley Naín-Retamal, mientras se tramitaba en el Parlamento. Una manera simple y efectiva de conectar con el alma de su base militante y de advertirle al resto de Chile que, con un arma en la mano y sin una ley que la contenga, hay un alto riesgo de que la policía —y particularmente Carabineros— dispare sin razón.
En Chile sabemos que las palabras no son inocentes, porque con ellas se ha construido el odio. Hoy inquietan los mensajes implícitos de la “tregua” y el “gatillo fácil”, porque entendimos que cada letra tiene consecuencias.
Vivimos vulnerables al crimen y a la violencia, después de años debilitando la presencia policial en la calle, con una izquierda que califica de represión el control del orden público, de “pacos asesinos” a Carabineros y de protesta social al violentismo.
El país se ha estremecido con el asesinato de tres carabineros en tres semanas. Varios de los actuales ministros y subsecretarios, además de los insultos de rigor, se vanagloriaron en sus redes sociales con el perro “Matapacos”.
Bailando al son del “Estado violador”, Las Tesis invitaron a una nueva generación a declararles la guerra a las instituciones y a culpar al gobierno, policías, fiscales y jueces de la violencia contra las mujeres.
Con “presos políticos” se pretendió convertir a delincuentes en héroes y descalificar a la justicia. Tan hondo calaron esas dos palabras en el mundo más cercano a Boric que terminó por indultar a trece condenados, varios de ellos con sendos prontuarios.
Se enojan cuando se les reprocha la frivolidad con la que difundieron conceptos y su responsabilidad en las consecuencias que hoy afectan a todo el país. Ninguna operación de borrado del odio en Twitter es suficiente para eliminar sus efectos. La ministra Vallejo ha admitido que hoy les toca gobernar. No reniega de ninguna de esas expresiones, simplemente las señala como parte de “otro contexto”.
En el otro extremo se está construyendo también una trama de palabras que incitan al odio y dividen a Chile entre patriotas y traidores, valientes y cobardes. Cuidado con lo que se dice en el debate político, por intenso que sea. Siempre tiene consecuencias. (El Mercurio)
Isabel Plá