Milan Kundera, en “La fiesta de la insignificancia”, relata una historia que Stalin solía contar a sus colaboradores. Según ésta, Stalin salió de cacería y tras caminar kilómetros encontró veinticuatro perdices posadas en un árbol. Stalin solo llevaba doce cartuchos, por lo que disparó y mató a doce perdices, dio media vuelta y regresó a buscar cartuchos adicionales. Recorrió nuevamente el camino y mató a las restantes perdices que permanecían en el árbol. Pese a la evidente mentira, todos callaban ante Stalin.
Algunos sucesos de esta semana me hicieron recordar la historia. En momentos en que Chile inició una notable campaña de vacunación contra el coronavirus, de inmediato surgieron intentos para opacarla. Así, algunos acudieron a la mentira repetida una y mil veces para eclipsar la alegría y optimismo producto de la exitosa vacunación. Un alcalde promocionó un supuesto elixir ruso para el Covid, abusando de la credulidad del público y desatendiendo la ciencia. Otros vieron en la trágica muerte de un joven en Panguipulli la oportunidad para opacar la epopeya y rearticular el odio y fuego delictual de octubre de 2019.
Para estos antivacunas todo es válido. El estado de derecho es solo una quimera que invocan con hipocresía cuando les conviene. El caso de Panguipulli es paradigmático. Allí donde solo fiscales y jueces deberán resolver si concurre legítima defensa, mendazmente proclaman la existencia de un asesinato a sangre fría. Es una mirada falaz de los hechos y funcional a los intereses políticos de quienes nada dijeron cuando asesinaron con armas de guerra al cabo Nain en La Araucanía. El agresor muta sin más en víctima, y el agredido en ofensor. Es un modus operandi reiterado y conocido para que tribunales y fiscales acomoden su relato. Se llega al extremo de pretender que la legítima defensa no concurre por la desproporción del uso de un arma de fuego frente al intento de agresión a un Carabinero con dos sables o machetes. Ello, en circunstancias que nuestro Código Penal solo exige la necesidad racional del medio defensivo, lo que no supone proporcionalidad matemática sino, como su propia redacción sugiere, “razonabilidad” atendidas las particularidades del caso concreto.
La justicia queda así entregada a la turba y los actores políticos deseosos de acceder a su aprobación, rápidamente la respaldan con desenfado, sin esperar la investigación. El “fascismo progresista” que corroe nuestra sociedad quiere silenciar cualquier voz disonante, apropiándose de la verdad con la superioridad moral que cree detentar. Se envuelve en ropajes como la decencia, la sensibilidad y la legítima indignación, para descalificar a quien piensa diferente. No le interesa el orden público, tolera el narcoterrorismo, y le es intrascendente la falta de Estado. Lamentablemente, para este tipo de fascismo no hay vacuna. La Tercera)
Gabriel Zaliasnik