¿Legalizar el aborto?

¿Legalizar el aborto?

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Argumentaré en las líneas que siguen que hay buenas razones para legalizar el aborto, pero tal vez haya una mejor razón para no hacerlo.

En 2015 voté a favor, en general y particular, la legalización del aborto en tres causales (los argumentos los expongo en mi libro “Cristianos sin Cristiandad (reflexiones de un legislador católico)”, 2020, pp. 244-251, a partir de mi intervención en el Senado). Es la excepción que confirma la regla en favor del derecho a la vida, incluida la protección de la vida del que está por nacer.

Podría decirse que hay al menos tres buenas razones para legalizar el aborto: la primera es que la alternativa a la legalización del aborto es la criminalización del mismo, y no pareciera ser esta una buena solución, especialmente desde la perspectiva de la mujer.

La segunda razón es que, en una materia como esta, habría una discriminación socioeconómica: aquellas mujeres que disponen de recursos económicos pueden recurrir a un aborto seguro, mientras que las que carecen de recursos deben recurrir a un aborto clandestino, con riesgos para su salud, e incluso para su vida.

En fin, la tercera razón es que, con ley o sin ley, igual habrá abortos, por lo que es mejor regular que no regular (“better clean than dirt”, me dijo alguna vez un prestigioso profesor de la Universidad de Princeton, católico y demócrata, partidario del pro choice).

De allí algunas de las principales razones que se suelen esgrimir para legalizar el aborto.

En contraposición a ellas, sin embargo, surge necesariamente la pregunta acerca del estatuto del feto. “¿Qué es, ontológicamente hablando, el cigoto (la célula resultante de la unión de un óvulo y un espermatozoide luego de la fecundación), el embrión (desde el cigoto hasta la octava semana de embarazo) y el feto humanos (desde la octava semana, hasta el nacimiento)?

No existe consenso filosófico sobre si el feto es persona o no lo es, pero sí pareciera existir un acuerdo en las ciencias biológicas en el sentido de que el feto sería un ser humano en gestación. Se trata de un individuo de la especie humana. El cigoto, el embrión y el feto humanos forman parte de un continuo biológico que probablemente culminará en el nacimiento.

Esa fue la razón por la cual el expresidente de Uruguay Tabaré Vázquez (médico, agnóstico, socialista, líder del Frente Amplio) se negó a promulgar la Ley de Aborto aprobada por el Congreso Nacional de ese país. En el veto presidencial de 2008, el Presidente Tabaré Vázquez argumentó que “la ley no puede desconocer la realidad de la existencia de la vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia”. Recuerda de paso que el Pacto de San José de Costa Rica (1978) garantiza la protección del Derecho a la Vida “en general, a partir del momento de la concepción” (artículo cuarto). Se trata de un tratado ratificado por Chile y que se encuentra vigente.

También está el aporte de las ciencias teológicas. ¿Por qué no? Si consideramos el elemento religioso como un aspecto de la cultura, en Chile y en América Latina, ello no le puede ser indiferente al legislador. Tal vez toda la tradición judeocristiana, en lo que se refiere al Derecho a la Vida, se traduce en las palabras del Señor al profeta Jeremías (1:5): “antes de que estuvieras en el vientre materno, yo ya te conocía; antes de que nacieras, yo ya te había consagrado”. Son palabras de una gran belleza poética y teológica.

Desde distintas aproximaciones, pues, la pregunta sobre el estatuto ontológico (y más allá de este) del feto se yergue como un argumento en contra de la legalización del llamado “aborto libre”. Este argumento no clausura el debate, no niega las buenas razones que se esgrimen para legalizarlo, pero se levanta como un argumento en favor de un elemento central de nuestra cultura: el valor intrínseco del ser humano, en este caso, del no nacido; un ser humano que, ahora desde un punto de vista normativo, merece protección constitucional y legal.

De todos los argumentos esgrimidos en uno u otro sentido, me quedo con lo que me dijo alguna vez el Dr. Alejandro Goic: “yo entiendo que la mujer tenga un derecho sobre su cuerpo; lo que no entiendo es por qué habría de tener un derecho sobre el cuerpo del feto” (entendido como un tercero, distinto de los progenitores).

Como se puede apreciar, este no es ni puede ser un debate en blanco y negro (como el estéril debate en los EE.UU. entre pro life y pro choice). En el proceso de discernimiento ético, hay que saber hacer distinciones, en la vieja tradición aristotélica. Al final, solo queda el camino del consenso moral, entendido como la búsqueda común de la verdad y el bien.

La última palabra la tiene el legislador. (El Mercurio)

Ignacio Walker