La decisión de Angela Merkel en orden a postular a un nuevo periodo como canciller de Alemania, aunque esperada, tuvo cierto dramatismo por las palabras con que la justificó: lo hace para luchar “por nuestros valores y nuestro modo de vida”.
La decisión de Merkel se entiende no solo a la luz de la situación alemana, con el preocupante crecimiento de “Alternativa para Alemania”, un partido que encarna el populismo de derecha, sino también por el panorama internacional, representado por las tres noticias más importantes del año: el Brexit, el triunfo de Donald Trump y la enorme carga simbólica que acompaña a la muerte de Fidel Castro. Son tres noticias que constituyen la exacta antítesis del estilo político de la canciller alemana: Trump es conocido por su actitud agresiva en contra de la inmigración y por sus tendencias aislacionistas, contrarias a los acuerdos de libre comercio. Merkel, en cambio, ha abierto las puertas de Alemania a millones de extranjeros, que llegan a ese país huyendo de la guerra y en busca de mejores condiciones de vida.
Y mientras los británicos, en una decisión que hoy muchos lamentan, votaron por el Brexit, Merkel se ha transformado en líder de la causa europeísta. Ella está convencida de que, a pesar de los problemas económicos y políticos de la Unión Europea, su existencia y vitalidad es la mejor garantía para la paz. Hay que tener presente que el Viejo Continente nunca en su larga historia ha conocido un período de paz tan prolongado como este que le ha deparado el movimiento de integración.
También destaca la figura de Merkel si la comparamos con el modo castrista de entender la política. No hay que olvidar que la canciller vivió en la Alemania Democrática durante toda la época comunista, y que su ascenso político se produjo después de la caída del Muro. Pero la revolución que llevó al fin del comunismo se caracterizó por su índole pacífica. El Muro cayó sin que nadie hubiera disparado un solo tiro. Esta parte de la historia política europea marcó para siempre a Angela Merkel, que es, sin lugar a dudas, una convencida del valor de la paz, lo que no impide que pueda ser muy decidida e incluso dura cuando las circunstancias lo requieren. El suyo es cualquier cosa menos un liderazgo blando o falto de claridad.
Ante la grandilocuencia de figuras como Trump y Castro, Merkel representa la sobriedad. Lo suyo no son las promesas, sino las acciones. No divide el mundo entre amigos y enemigos, sino que busca la unidad y el entendimiento. Durante los últimos años ha gobernado Alemania en coalición con su archirrival, el Partido Socialdemócrata, porque era necesario para asegurar la gobernabilidad.
Su estilo sobrio y humanista; su modo de hacer política pensando en el futuro y no en las encuestas, donde los débiles y marginados ocupan un lugar importante, y su disposición abierta al diálogo y el entendimiento, hacen de Merkel una figura muy singular en la política mundial. Es una estadista en una época con muy pocos estadistas. (La Tercera)
Soledad Alvear