Ya comienzan los aprontes para las municipales del próximo año y también las primeras escaramuzas para definir candidatos presidenciales de cara al 2017.
Como es habitual, en los partidos tradicionales sobran los candidatos que «están disponibles» y faltan las ideas y desgraciadamente también las capacidades para darle gobernabilidad a Chile. Tanto la Nueva Mayoría como la Alianza no dan señales de cambio frente a una crisis que ya se vuelve crónica. Llevamos muchos años hablando de la «crisis de la política» y no se ven medidas reparatorias proporcionadas a la degradación que ha sufrido dicha actividad. La propia agenda anticorrupción ha tenido en los inquilinos del poder al peor enemigo para su implementación efectiva.
Con mínimas excepciones, los políticos tradicionales son claramente parte del problema, no de la solución. Como señalaba Einstein, «locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes». Se requieren nuevas opciones que nos permitan salir de este marasmo.
Piñera aparece como la alternativa más prometedora para la derecha. Las capacidades políticas del ex Presidente distan mucho, sin embargo, de estar a la altura de la complejidad del Chile que deberá enfrentar el siguiente gobierno. Recibió su mandato con más del 50% de los votos y una coalición compuesta por la UDI y RN y dejó como herencia la mitad del porcentaje obtenido y la pulverización del sector con el doble de partidos con el que la derecha llegó al poder. Su liderazgo político está en cuestión. En seguida, Piñera mostró que administra, pero no gobierna. Manejó bien la reconstrucción post terremoto y gestionó con destreza la bonanza económica de su período. No se atrevió, en cambio, a darles un cauce de Estado a los cuatro problemas estructurales que ya en esa época enfrentaba el país y que hoy definitivamente hacen agua por todos lados: educación, salud, seguridad y energía.
Su principal déficit, no obstante, es que la ciudadanía y su propio círculo cercano perciben que no es un tipo confiable. Las caídas de Jaime de Aguirre por el caso boletas, director de Chilevisión cuando Piñera era su dueño, y más recientemente la de Santiago Valdés, lugarteniente de sus negocios personales e hijo de su mejor amigo, por el caso forwards de Bancard, solo confirman cuán peligroso puede ser estar próximo al ex Presidente. Con estos antecedentes, ¿depositarán los chilenos su confianza en él?
En la vereda opuesta, tampoco parece que el neopopulismo de ME-O sea la vía de salida a la crisis estructural de la política si se observa el destino que sus referentes en la región como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina están enfrentando. El proceso judicial que enfrenta tampoco colabora en considerar al hijo de Miguel Enríquez, posiblemente financiado por el yerno de Pinochet, como una alternativa al problema político mayor que enfrentamos.
El amplio rechazo de los chilenos a las reformas impulsadas por este gobierno nos habla de un país que quiere reformas graduales y no cambios radicales. Una amplia mayoría del país se da cuenta de que, parafraseando a Vagas Llosa, «el paraíso no está en la otra esquina».
Pero también a este país se le acaba la paciencia ante la fragilidad de la salud, el empleo y la seguridad en sus barrios. En el voto duro del electorado, ese 25% que se identifica con la derecha o la izquierda, no está la salida. Sea quien sea el candidato de su sector, bueno o malo, votarán igual por él y prolongaremos nuestra larga agonía.
La DC, sumida en un llanto que ya ni kilos del coludido tisú alcanzan a enjugar, renunció a sus principios de centro, y hoy al abrigo del poder, aunque sea en la incómoda casa de la Nueva Mayoría, se le hace impensable imaginarse a la intemperie participando en un proyecto de reconstrucción política.
La llave para sanar nuestra democracia la tienen, en cambio, los chilenos que se identifican con el centro o simplemente no se identifican con ningún sector político, los que en su conjunto suman el 70% de los electores. Ello requiere, eso sí, de una nueva política. Que logre seducir a esas grandes mayorías, que hastiadas se han privatizado, que solo critican y que no se sienten atraídas a dedicarles tiempo a la política y a lo público. Se requiere un proyecto colectivo y no aventuras individuales que hable más de sueños y menos de tecnocracia. Que contenga ideas que reconozcan una sociedad en transición desde la tradición a la modernidad. Con liderazgos creíbles y leales sin miedo a enfrentar los nudos gordianos de nuestra realidad.
Ciudadanos se infiltró y produjo una revulsión en el sistema político español. En Italia lo consiguió desde dentro Matteo Renzi, y lo propio hizo en Francia Manuel Valls. Recientemente, Mauricio Macri en Argentina derrotó a doce años de un tóxico kirchnerismo. En Chile, llegó la hora.