Lo bueno y lo malo del 2017-Julio Isamit

Lo bueno y lo malo del 2017-Julio Isamit

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Nos encontramos en la última semana de 2017. Ha sido un año intenso, cargado de emociones, de tragedias y grandes alegrías. Los últimos meses, en que la política ha sobreabundado en todos los análisis, pueden hacer que corramos el riesgo de quedarnos con una visión de estos doce meses marcados por su desenlace y olvidemos buena parte de las cosas que ocurrieron durante el año.

Por eso, siempre es bueno hacer un recuento de lo ocurrido a lo largo del año, saber lo que hicimos bien y comprender lo que hicimos mal, lo que podría contribuir a un mejor 2018.

En lo bueno, destaca como siempre el gran aporte de la sociedad civil, expresada en la actuación de diversas instituciones y la participación de miles de ciudadanos anónimos. No es otra cosa que la solidaridad de los chilenos y su generosidad frente a la adversidad. Dos muestras de esto son, por un lado, la notable movilización de vecinos, amigos y voluntarios para enfrentar los devastadores incendios forestales durante el último verano, cuya expresión más gráfica fue la acción del SuperTanker y del Ilyushin Il-76 (más conocido como “Luchín”). Por otro lado, la Teletón sigue siendo la principal causa de nuestra nación y que une a gran parte del país, sin consideración de edad, religión o visión política. Por eso siempre se transforma en uno de los días más importantes de nuestro calendario.

Esta notable contribución de las personas y sus instituciones no logró ser opacada por la mezquindad de algunos funcionarios gubernamentales que pretendieron rechazar la ayuda privada frente a los incendios o la de quienes minusvaloran el aporte de la Teletón, so pretexto de una mayor intervención del Estado. Fueron voces menores, felizmente superadas por los propios hechos que critican.

Otro punto alto de este año tiene que ver con nuestra democracia y su institucionalidad electoral. Más allá de diversas acusaciones y falencias que debemos superar, nuestro sistema mostró sus fortalezas al entregar en pocas horas un resultado muy completo de las elecciones a nivel nacional, irrefutable y reconocido por todos los sectores.

Del mismo modo, cabe destacar la actitud del mundo político poco después de conocerse el resultado de las urnas. Alejandro Guillier reconoció rápidamente la derrota, con un sentido discurso en su comando —sin duda, el mejor de su aventura presidencial—, para luego dirigirse a un encuentro público con Sebastián Piñera. Allí felicitó a su contendor y mostró su disponibilidad a colaborar con “nuestro Presidente”. Igualmente el Presidente electo recibió el llamado telefónico de Beatriz Sánchez y de la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, con quien tomó desayuno al día siguiente, en lo que ya se ha convertido en una tradición republicana.

Sabemos que en política no bastan las buenas leyes, sino que tan importantes como ellas son las acciones de nuestros gobernantes. Por eso podemos estar orgullosos de que hayan estado a la altura en el momento definitivo. Cosas como éstas siguen situando a Chile como una feliz excepción en el panorama latinoamericano. Sin ir más lejos, en Argentina tanto Macri como Cristina Kirchner se enfrascaron en una vergonzosa polémica por el cambio de mando; en Brasil, Dilma Rousseff fue destituida; en Ecuador, Rafael Correa se encuentra en un autoexilio envuelto en una feroz polémica con su sucesor Lenin Moreno, a quien tilda de traidor. Ni qué decir de la situación venezolana y del gobierno de Nicolás Maduro, con sus ribetes dictatoriales y su manipulación de las instituciones.

Por eso, lo ocurrido en Chile, pese a ser lo normal en un país democrática e institucionalmente sólido, sigue siendo tan notable en el concierto de las naciones latinoamericanas. Sin embargo, es de esperar que en cuatro años más los líderes políticos no sólo estén a la altura en el momento decisivo, sino en los meses previos, dejando de lado la agresividad y la virulencia política que tan poco contribuyen a la armonía en nuestro pueblo.

Por último, lo verdaderamente malo de 2017, peor que las críticas estatistas al aporte social de la comunidad o de la virulencia política que fuimos testigos los últimos meses, fue el mediocre desempeño económico del país. El pobre 1,5% de crecimiento del PIB en que nos sitúa la OCDE para el presente año significa, en los hechos, una economía que crece por debajo de su potencial y que no tiene la capacidad necesaria para crear más y mejores empleos. El triste corolario de esto son menos oportunidades para que las familias más pobres de nuestro país puedan salir adelante.

Por eso, 2018 no sólo es un año de esperanzas, sino que rápidamente debe convertirse en una época de realidades visibles para las familias chilenas. Recuperar el ritmo del progreso económico y social es un desafío inmenso, lo que debe llevarnos a asumir desde un comienzo la tarea de reactivar la economía y procurar una vida mejor para todos. (El Líbero)

Julio Isamit, coordinador político Republicanos

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