Nuevamente estaremos convocados a votar en un plebiscito A favor o En contra de otra propuesta de Constitución. En septiembre del 22, una robusta mayoría votamos Rechazo, pues se nos presentó una Constitución que pretendía refundarlo todo, por de pronto, poniendo fin a la nación chilena, eliminando el Senado, rediseñando el Poder Judicial, y se impedía su reforma al exigirse el visto bueno de las 11 naciones indígenas en que se dividía el territorio nacional. Para evitar que se repitiera tan nefasta experiencia, el Congreso Nacional diseñó un proceso en varias etapas e instancias que incentivaran la discusión, la negociación y el acuerdo. No obstante, la polarización es tan aguda que nuevamente nos estamos enfrentando en dos polos irreconciliables en esta disyuntiva plebiscitaria.
Quienes llaman a votar A favor nos aseguran que esta nueva Constitución es mejor que la que nos rige; quienes propugnan su rechazo, afirman que es mucho peor que la actual, la del 80 versión 2005. A mi juicio, las bondades y defectos de cualquier texto constitucional se relativizan al tomar en cuenta que las constituciones de estructura liberal-representativa, como la que se ofrece y como la que nos rige, se van modificando permanentemente, ya sea por la vía de reformas o porque va cambiando la interpretación constitucional, o porque se instalan prácticas políticas que transforman el sentido de sus disposiciones. Todo esto ha sucedido con cada una de las constituciones que ha tenido Chile, la del 33, la del 25 y la del 80/2005. Por eso, aunque esta nueva propuesta que se nos ofrecerá en el plebiscito tenga muchos artículos que nos molesten —como los tiene por supuesto la actual—, ello no sería motivo sustantivo para rechazarla. Es que lo que está en juego en este plebiscito no es un texto constitucional, sino el contexto político en el cual se juega el futuro del país.
Si triunfa el En contra en el plebiscito de diciembre, seguirá rigiendo la actual Constitución. De allí que pudiera llamar la atención que quienes han optado por movilizar al electorado a votar En contra sea el oficialismo, particularmente el Partido Comunista y el Frente Amplio. No obstante, ellos mismos se han encargado de despejar la paradoja. Es que no están dispuestos a cerrar el proceso constituyente. Es decir, si se rechaza la actual propuesta en el plebiscito, insistirán en la redacción de una nueva Constitución, ya no por expertos designados por los partidos, ni redactada por el Congreso Nacional, ni por algún consejo constituyente electo por “mayorías circunstanciales” (así las llaman). No: la nueva Constitución deberá ser el fruto de una Asamblea Constituyente.
De este modo, vuelven a fojas cero. Pues lo más cercano que hemos tenido a una Asamblea Constituyente en la historia de Chile ha sido la reciente Convención Constitucional del 2021-2022. Esta fue una verdadera Asamblea, por su estética, su retórica, su organización, su falta de pluralismo, sus deliberaciones, sus subjetividades y, por cierto, por el texto que produjo, ampliamente rechazado.
¿Cómo va a poder la izquierda dura, minoritaria en el electorado, exigir una Asamblea Constituyente? No solo por su control del Ejecutivo. Su estrategia será la de la movilización social. Ya sabemos lo que eso significa: violencia en las calles desarticulando la ciudad, y paralización de las actividades económicas y sociales. Esa es la estrategia que seguirá al En contra: acumular fuerzas para poder replicar la experiencia de la Convención/Asamblea Constituyente, y asegurarse que esta vez no sea derrotada.
Eso es lo que está en juego en el plebiscito de diciembre.
Votar A favor es apostar por quedarse con una nueva Constitución de estructura liberal-representativa, que en la medida que las circunstancias lo exijan podrá ser reformada o reinterpretada, o dará lugar a prácticas que relativicen sus disposiciones.
Votar En contra es apostar por la agitación social, la desarticulación de las ciudades y la paralización económica. Es apostar por años de inestabilidad política, de profundización de la ruptura social, de confrontación ideológica. Votar En contra es abrir la posibilidad de reeditar la costosa aventura de la Convención/Asamblea Constituyente. (El Mercurio)
Votaré A favor.
Sofía Correa Sutil