La elección está llegando a su fin. En una semana más, todo habrá terminado. Y como decía Churchill, tras el recuento electoral solo importa quien es el ganador. Todos los otros son perdedores.
El mes ha sido intenso. Sorpresivo. Nadie esperó que Piñera estuviera bajo el 40%, nadie imaginó que Beatriz Sánchez estuviera a punto de superar a Guillier. Nadie creyó que Kast llegaría al 8%. Se ha conformado así un escenario de cierta forma inesperado y, sobre todo, incierto.
La primera paradoja ha sido la actitud de la Presidenta. Con un resultado escuálido de sus dos candidatos oficialistas y de los partidos que conforman la coalición de gobierno, la elección le inyectó un envión de alegría y esperanza. La Presidenta creyó ver que, al menos «en promedio», los chilenos estaban con ella, y -delantal médico en ristre- se ha lanzado a recorrer Chile. Ciudad por ciudad, lugar por lugar, inauguración por inauguración.
Nos enfrentamos a una elección incierta y abierta. Las matemáticas juegan a favor de Piñera, el momentum se inclina por Guillier. Las matemáticas dicen que es muy difícil que Guillier traslade un millón cien mil votos que necesita de Beatriz Sánchez para ganar la elección. El momentum dice que a Piñera y su comando le ha costado recuperarse del balde de agua fría.
Chile se juega mucho el próximo domingo. Pero hay que guardar las proporciones. La elección no es entre Trump y Maduro. No hemos llegado tan lejos todavía.
¿Qué es lo que realmente está en juego?
Es cierto que Piñera no es el más simpático. Es cierto también que es poco asertivo. Son legítimas las críticas en cuanto a ciertas actuaciones de su pasado empresarial. Es verídico que algunos de los que lo apoyan son ultra conservadores y siguen anhelando a Pinochet. Sin embargo, Piñera tiene mucho que mostrar. En primer lugar, su historia política ha sido prístina. Se opuso a la dictadura, buscó acuerdos en democracia y siempre ha estado en la vereda de la moderación y de la amistad cívica. En segundo lugar, su gobierno -mejor o peor- en ningún caso se puede acusar de regresivo en ningún tipo de derechos, y sus resultados económicos y de gestión son indudables. En momentos en los que Chile se encuentra en un estado estacionario, los atributos de Piñera son claramente deseables.
Por cierto, si Piñera sale elegido, tendrá que aprender la lección que significó la primera vuelta. Y deberá construir un nuevo relato que renueve al sector. Menos dogmático en lo económico, menos temeroso en lo político y menos conservador en lo valórico. Pero ello es perfectamente posible bajo su liderazgo.
El caso de Guillier es más complejo. En primer lugar, no sabemos quién es. ¿Es el personaje moderado y bonachón o es el duro que habla de que «las empresas transnacionales explotan a nuestros trabajadores» o que «hay que meterle la mano al bolsillo a los empresarios para que ayuden a hacer patria alguna vez»?
No sabemos cuál es el verdadero Guillier. Ni lo que piensa ni su capacidad para liderar un país. Lo que sí sabemos es que su compañía no es buena. Y hay al menos tres motivos para preocuparse.
En primer lugar, el factor moderador de la Democracia Cristiana desapareció y claramente ese contrapeso no existiría en un eventual gobierno de Guillier. Los Walker, los Zaldívar -cargando su mochila de matices- preparan su partida a los cuarteles de invierno. Los que quedan -las Rincón, las Provoste y los Huenchumilla- no serían reconocidos como democratacristianos en ninguna parte del mundo. Es más, probablemente con el Frente Amplio ni siquiera tienen matices.
En segundo lugar, la hegemonía de la coalición de Guillier está en la izquierda, fundamentalmente en el Partido Comunista. Un partido, que no está de más recordar, en todas partes donde gobierna lo hace fuera del ámbito democrático.
En tercer lugar, Guillier está muy lejos de las mayorías en el Congreso. Sus escasos parlamentarios harían que necesariamente deba gobernar buscando acuerdos con el Frente Amplio, ya que no podría -ni querría-buscarlos con Chile Vamos. Y sabemos que muchos de ellos consideran que la retroexcavadora es burguesa y que lo que necesita el modelo chileno es más bien una bomba atómica.
Un destacado concertacionista me comentaba esta semana «si sale Guillier es una carta blanca. Puede terminar bien, pero puede terminar muy mal». Eso me recordó la pregunta de una campaña presidencial hace ya 60 años: «¿le entregaría usted una locomotora a un niño?».
La pregunta sigue siendo pertinente. Y usted, ¿a quién le entregará Chile? (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias