Los años en que dejamos de pensar en el futuro

Los años en que dejamos de pensar en el futuro

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El subsecretario del Interior declaró que 2025 debe ser el año de la implementación, de exigir desempeños. Sus palabras -de inusual franqueza para quien deberá cumplir su propia exigencia- se referían al ámbito de la seguridad pública, pero tendrían similar pertinencia en cualquier otro. No solo dan cuenta de sus propias urgencias, sino también de algo que quizás detecta en el ánimo público, un hastío generalizado con el presente, pero también con el futuro.

En los años que van desde el primer al segundo mandato del Presidente Piñera, incluido el segundo de la Presidenta Bachelet, el ánimo social dominante fue la frustración, uno que sólo puede existir precedido por la esperanza. Las viejas promesas de progreso (mejores pensiones, salud, educación) fueron objeto de avances modestos en la consideración pública, acumulando frustración. La alternativa de cambio radical a la que la ciudadanía dio una oportunidad y luego rechazó en los dos primeros plebiscitos constitucionales hizo lo propio. Pero esto cambió. La violencia, el encarecimiento de la vida y la consciencia de un estancamiento económico estructural, modificaron el escenario. Estos fenómenos devolvieron a muchas personas a necesidades tan básicas como evitar la muerte violenta y llegar a fin de mes. Comprar una vivienda se ha hecho casi imposible para la mayoría. Ahorrar también. Sin esa base, la idea de construir una familia parece más angustiante que realizadora. El título universitario que antes cambiaba trayectorias familiares hoy no garantiza mucho. La sociedad ya no mira el horizonte. La frustración ha dado paso al pesimismo.

El Presidente se acerca a su último año de mandato con un país en que los pesimistas respecto del futuro de Chile son, semana tras semana, más que los optimistas desde que se inició su administración (Cadem). Algo inédito, de lo que Boric es víctima y responsable en proporciones similares. El es a la vez promotor y producto de una frustración social que lo antecede, pero también principal representante de una vía de cambio que quería solucionar problemas distintos a aquellos que han alimentado el ánimo pesimista.

Quienes aspiran a gobernar, tendrán en el pesimismo social uno de sus principales desafíos. La disposición a escuchar promesas probablemente nunca ha sido tan baja. Es que, entre los tres últimos gobiernos de tres diferentes coaliciones y los dos procesos constitucionales, en poco tiempo Chile ha probado el menú político completo, resultando siempre en insatisfacción. Ya sea por errores propios, problemas estructurales de nuestro sistema político o la complejidad de los tiempos, no quedan muchas más promesas que escuchar. Por eso el subsecretario Cordero tiene razón cuando dice que es el momento de los desempeños, porque en un contexto de pesimismo extendido en el tiempo y socialmente transversal, las personas sólo volverán a mirar hacia el futuro en la medida que la política mejore su condición presente. (La Tercera)

Rafael Sousa