Desde mediados de los años 1930, paulatinamente, las posiciones políticas más moderadas de la sociedad, “de centro”, fueron abriéndose camino hasta transformarse en decisivas para los comicios presidenciales y parlamentarios. Ha sido el comportamiento político de nuestra clase media que, como se entenderá, fue incrementándose junto con la expansión urbana y educacional, la conectividad entre regiones y el desenvolvimiento económico y cultural del país, proceso que ha llegado con intensidad hasta nuestros días.
Conducta electoral que no ha sido estable. Dependiendo del contexto global que envuelve cada elección —que incluye factores económicos diversos, internacionales en ciertos casos, culturales en otros— y del perfil de los candidatos, la votación puede inclinarse hacia la izquierda, centro, como hacia la derecha. Durante los gobiernos radicales, por ejemplo (1938-1952), las combinaciones partidistas de cada Presidente (Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla) fueron muy variadas; incluso, bajo una misma administración coexistían colectividades ideológicamente diferentes. Se trataba de una democracia muy “práctica”, “transaccional”, partidos que, portando ideología, no eran dogmáticos. Fenómeno que se extendió hasta los gobiernos de Carlos Ibáñez y Jorge Alessandri (1952-1964).
El período siguiente fue distinto. La “Guerra Fría” y su predominio ideológico transformó el sistema de partidos en Chile, lo dogmatizó y polarizó. En 1957 se formó un frente de izquierda marxista (FRAP) de socialistas y comunistas; la derecha representada por los partidos Liberal y Conservador (Partido Nacional desde 1966), cuya mayor amenaza fue el marxismo leninismo, y también en 1957 se erigió la Democracia Cristiana, de perfil mesocrático y doctrina Humanista Cristiana, distante de ambos polos del espectro partidista, sistema que pasó a ser irreductible y propició gobiernos de “planificaciones globales”: Eduardo Frei y Salvador Allende.
Hacia fines de los años 60 gravitaban ideas socialistas, continental y nacionalmente, motivando la formación de la multipartidaria Unidad Popular (el FRAP más agrupaciones de izquierda), situación que provocó un trance en la DC. Un alto número de militantes y parlamentarios habiéndose izquierdizado (el MAPU y la IC) determinaron sumarse a la agrupación que apoyaba a Allende. Fue el propio Frei quien salió en defensa del partido: “no reneguemos de nuestro propio ser”, el Humanismo Cristiano de siempre.
Algo similar ocurre en nuestros días y seguirá sucediendo en la tienda, pero al revés. Miles de militantes han renunciado al partido junto a parlamentarios, y quienes continúan militando se alinean con la izquierda que gobierna. Y, a su vez, quienes renuncian no señalan —con escasas excepciones— convicciones que expliquen la estampida. Alguien indicó cómo debería haberse actuado, parecido al Frei del 69: “Definir con dignidad y claridad los valores con los que se identifica la DC, defender los principios con los que surgió… como opción demócrata y de cambio social, en pugna con los autoritarismos… rescatar su razón de ser”, el Humanismo Cristiano. (El Mercurio)
Álvaro Góngora