En su columna de ayer, Axel Kaiser ilustró cómo se restringe la libertad de expresión y pensamiento en gran parte de la academia de los Estados Unidos. En muchas universidades, y por no ofender a ciertos grupos vociferantes, se ha limitado el discurso intelectual, la interacción entre estudiantes y el uso de la razón. Esta tendencia ya ha generado una disminución en la calidad de la investigación de los doctorados y ha empobrecido la conversación académica. El absurdo ha llegado a tal que en una universidad ya no se enseña Moby Dick, uno de los clásicos de la literatura estadounidense, porque el tema ofende a los animalistas.
Pero, afortunadamente, ya se empiezan a producir reacciones a esta dictadura del pensamiento. En particular, hace dos años la Universidad de Chicago anunció que ahí no había «lugares seguros y libres de desagrados» intelectuales. Tampoco había anuncios para alertar a los estudiantes que cierto material de lectura podía ser ofensivo para algunos grupos. Esta política es muy consistente con el espíritu de Chicago, la primera universidad en adoptar, a principios del siglo pasado, el programa de los «grandes libros» de lectura obligatoria para todos los estudiantes, independientemente de su carrera.
En lo intelectual, en la Universidad de Chicago todo es posible, todo se explora y se discute; todo está abierto a ser cuestionado, analizado, investigado, y descartado si la razón así lo indica.
Como se ve, una vez más los Chicago Boys llegan al rescate. Disculpe usted, señor Director, debí haber dicho los Chicago Boys and Girls. (El Mercurio Cartas)
Sebastián Edwards